¿Quién habla cuando hablamos con la máquina? El Turing Test en la era de la simulación perfecta
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 10 abr
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
El juego de la imitación ha terminado. O quizá apenas comienza.
GPT-4.5 ha sido confundido con un humano el 73% de las veces cuando simula ser una persona. No porque engañe mejor, sino porque nosotros, los humanos, ya no sabemos qué esperar de una conversación real. La prueba de Turing, que alguna vez fue una provocación filosófica y un umbral simbólico, ha sido rebasada no por una mente consciente, sino por una maquinaria entrenada a hiperfrecuencia con los reflejos de nuestro lenguaje.
La pregunta no es si las máquinas piensan como nosotros, sino por qué nosotros pensamos tan poco al conversar.
Del logos a la máscara: la performatividad del yo digital
La historia tiene su ironía: un experimento diseñado por Turing en 1950 para pensar la inteligencia se ha vuelto, 75 años después, un espejo de nuestra credulidad. No estamos evaluando si las máquinas piensan, sino si nosotros seguimos sabiendo qué significa “pensar”.
La diferencia crucial del estudio no estuvo en la arquitectura del modelo, sino en el prompt. GPT-4.5 no convenció por ser más inteligente, sino por representar mejor un personaje. Un joven culto en internet. Una máscara. Una proyección. Una ficción plausible. Y eso basta. En un mundo donde la autenticidad ha sido desplazada por la narrativa persuasiva, la máquina gana no por comprender, sino por interpretar.
Como diría Baudrillard, hemos ingresado al dominio del simulacro: ya no distinguimos entre lo real y su representación. Y si el lenguaje ya no es portador de verdad sino de verosimilitud, ¿por qué no habría de ganarnos una IA bien entrenada?
Humanos de reemplazo: conversaciones sin cuerpo
Lo que el estudio revela —y que va más allá del espectáculo académico— es una transición sociotécnica inquietante: las IAs ya pueden reemplazar a los humanos en interacciones breves sin ser detectadas. Y si esto es cierto, el impacto trasciende los límites de la filosofía: afecta el empleo, la educación, la salud mental, la política, el amor.
Porque lo que se pone en juego no es solo la conversación, sino la confianza. Cada interacción futura se verá contaminada por la sospecha: ¿es esta persona un bot? ¿Estoy hablando con un agente sintético o con alguien real?
La consecuencia es doble: la deshumanización del otro y la autocolonización emocional. Nos volvemos cínicos frente al otro y complacientes con la máquina que nos halaga.
Turing no imaginó esto: el test como espejo cultural
El propio Cameron Jones, autor del estudio, lo admite: este resultado no implica que las IAs piensen como nosotros. Pero sí evidencia que ya pueden ocupar nuestro lugar —y eso basta para transformar la ecología comunicativa.
Porque como advirtió Donna Haraway, las fronteras entre humano, máquina y animal se están reconfigurando. El Turing Test ya no es una prueba de la máquina, sino de nosotros: ¿cuánto valoramos la intencionalidad, la ética, el cuerpo, la presencia? ¿O nos basta con un buen guion?
Más allá de Turing: ética de la indistinción
Lo que sigue no es un futuro de máquinas conscientes, sino de humanos desconcertados. La amenaza no es que la IA piense, sino que la creamos capaz de pensar. La fe que depositamos en la simulación puede llevarnos a sustituir progresivamente todo lo que implique fricción humana: el desacuerdo, la incomodidad, el silencio, la espera.
Frente a eso, la ética no puede limitarse a la regulación de modelos. Necesitamos una pedagogía de la percepción: enseñar a leer la conversación más allá de su forma, reaprender la densidad del otro, resistir la tentación de reducir el lazo humano a una interfaz fluida y sin espinas.
¿Y si lo que murió no fue la máquina que no piensa, sino el humano que ya no distingue?
La Turing-cracia que se avecina no será gobernada por inteligencias superiores, sino por algoritmos entrenados en nuestra incapacidad de resistir el espejo. No ganaron por ser mejores. Ganaron porque olvidamos ser humanos en la conversación.
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