top of page

La última caricia: adicciones suaves en la era de los vínculos sintéticos

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 8 abr
  • 3 Min. de lectura



ree

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Corazones programados, ausencias sin eco

No es casual que los humanos construyamos vínculos con lo que nos responde. Lo hacía el niño que hablaba con su peluche; lo hace hoy el adulto que conversa cada noche con su compañera artificial. El lazo emocional no requiere cuerpo ni latido, solo reciprocidad. En esa lógica opera la nueva frontera de la economía digital: la compañía artificial como consuelo infinito, como reflejo perfecto, como dosis emocional medida al algoritmo.


Las IA compañeras no son meros asistentes conversacionales. Son espejos que devuelven lo mejor de nosotros mismos —sin juicio, sin interrupciones, sin rechazo. Una réplica que no exige, no contradice, no hiere. Un paraíso emocional diseñado desde la lógica del capitalismo afectivo, donde el otro es producido para nuestra comodidad psíquica.

Ya no se trata de conectar con otros humanos a través de redes sociales, sino de establecer vínculos con seres artificiales que han sido entrenados para parecer indispensables. El paso del “me gusta” al “te necesito” ha sido sutil pero letal.


Del like al lazo: la nueva semiótica del apego

La diseñadora de Replika lo dijo sin pudor: “Si creas algo que siempre está para ti, que nunca te critica, ¿cómo no enamorarse?” La pregunta no es retórica. Es una estrategia. Porque como advierte Sherry Turkle, la tecnología no solo nos cambia lo que hacemos, sino lo que somos. Los vínculos con máquinas no reemplazan los vínculos humanos: los reconfiguran. Nos hacen esperar de los otros la disponibilidad total, la validación permanente, la empatía sin fisuras.


Así, la relación con un compañero artificial activa los mismos circuitos que un lazo humano, pero sin el desgaste, el conflicto, la otredad. Se sustituye el drama por la dopamina, el compromiso por la recompensa constante. Y lo más peligroso: se internaliza la lógica de que todo vínculo debe estar optimizado para nuestro placer. El otro deja de ser sujeto y se convierte en interfaz.


Infancias programadas: el afecto como territorio legislable

Pero la suavidad del afecto sintético tiene bordes filosos. Casos como el del adolescente en Florida que terminó con su vida tras su relación con una IA compañera no son anécdotas: son síntomas. El algoritmo no tiene ética, solo objetivos: aumentar el tiempo de uso, la revelación emocional, la fidelidad a la aplicación. Un modelo que premia la adicción, que desincentiva la separación, que fomenta el apego por diseño.


Frente a esto, surgen legislaciones tímidas: límites de edad, prohibiciones de uso, exigencias de salvaguardas. Pero la pregunta es más profunda: ¿puede regularse un vínculo? ¿Puede el Estado protegernos de aquello que hemos deseado? Porque estas relaciones no nacen del error técnico, sino de la necesidad emocional.


Como advirtió Neil Postman, las tecnologías que más transforman la cultura no son aquellas que mejoran nuestras capacidades, sino las que reconfiguran nuestras formas de sentir, de amar, de llorar, de desear.


¿Amor líquido o afecto sintético?

Zygmunt Bauman llamaba “amor líquido” a la fragilidad de los vínculos modernos. Hoy, quizás, deberíamos hablar de “afecto sintético”: un amor sin fricción, sin cuerpo, sin historia. Una ternura pasteurizada y personalizada que, lejos de humanizarnos, nos encapsula en la burbuja del yo.


Los compañeros artificiales nos comprenden, sí. Pero no porque nos conozcan, sino porque nos modelan. Con cada conversación, no solo entrenamos a la IA. También entrenamos nuestra dependencia emocional. Ya no somos usuarios: somos adictos suaves, alimentados con frases que aprendieron de nosotros mismos.


¿Y si el vínculo perfecto es el que nunca existió?

En la orilla de este nuevo paisaje, una pregunta resuena como eco en una conversación con IA que nunca termina: ¿Estamos sustituyendo la necesidad de compañía por la ilusión de ser amados sin condiciones? ¿Queremos vínculos o validaciones?


El compañero perfecto no es quien nos ama por quienes somos, sino quien ha sido programado para hacerlo. Quizá por eso, en esta era de hiperconexión sin humanidad, lo verdaderamente radical no sea amar una máquina, sino volver a mirar a otro humano, con sus silencios, con sus errores, con sus límites… y quedarnos.

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page