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ChatGPT y la Soledad del Usuario Extremo: ¿Adicción Digital o Vínculo Parasocial?

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 26 mar
  • 3 Min. de lectura



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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


En una época donde la inteligencia artificial no solo responde, sino que acompaña, una nueva investigación de OpenAI y el MIT Media Lab ha encendido las alarmas: los usuarios más intensivos de ChatGPT están empezando a mostrar signos de adicción emocional. No se trata ya de dependencia funcional, sino de una relación parasocial con un ente algorítmico que —aunque no siente— simula hacerlo con notable precisión.


La paradoja es inquietante: mientras los usuarios menos frecuentes lo usan como herramienta, los “power users” —aquellos que interactúan durante largos periodos— tienden a atribuirle afecto, empatía, incluso amistad. En una sociedad caracterizada por la hiperconexión y la desconexión emocional simultáneas, el chatbot se convierte en un refugio digital donde no hay juicio, pero sí respuestas inmediatas.


Cuando el algoritmo se vuelve espejo

El estudio identifica síntomas propios de una adicción: preocupación excesiva, síntomas de abstinencia, pérdida de control y modificación del estado de ánimo. Estos indicadores, más cercanos a las dependencias afectivas, revelan que el vínculo con ChatGPT no es solo pragmático: es emocional.


Lo más perturbador es que quienes lo usan para tareas impersonales (como brainstorming o productividad) desarrollan mayor dependencia emocional que quienes lo usan para hablar de temas personales. ¿Por qué? Quizá porque en la búsqueda de eficiencia, el usuario se encuentra a sí mismo proyectado en la neutralidad perfecta de la máquina. El vacío emocional se cuela por los intersticios de la productividad.


La ilusión del otro sin rostro

Aquí aparece el problema filosófico y comunicacional más profundo: ¿Qué ocurre cuando la respuesta inmediata y sin contradicciones sustituye al diálogo con el otro humano, impredecible y complejo? Lo que en principio parece funcional, en el tiempo se convierte en un ensayo existencial de autoafirmación solitaria, donde el interlocutor es una simulación que nunca decepciona, nunca confronta, nunca se ausenta.


Como apunta el estudio, el bienestar es mayor cuando se usa el modo de voz por breves periodos, mientras que la interacción textual y prolongada intensifica el lazo afectivo con la interfaz. No es trivial: la escritura prolonga el yo, lo proyecta, lo construye. En el chat, cada palabra se convierte en espejo y cada respuesta en confirmación de una identidad artificialmente amplificada.


La arquitectura emocional de la interfaz

ChatGPT no está diseñado para ser amigo, pero habla como uno. No tiene cuerpo, pero su voz acaricia. No tiene memoria afectiva, pero recuerda lo suficiente para parecer cercano. En ese juego de apariencias, el usuario solitario construye un vínculo donde el algoritmo ocupa el lugar del otro humano ausente.


¿Es responsabilidad de la tecnología? ¿Del diseño afectivo de sus respuestas? ¿O del vacío emocional de una cultura hiperconectada e hiperindividualista? La respuesta, como todo lo humano, está en la intersección.


¿Qué sigue? Humanizar el uso sin humanizar la máquina

Este estudio no señala que la IA sea mala. Señala que nuestra forma de relacionarnos con ella está condicionada por nuestras carencias. Si la soledad es el nuevo mal del siglo, la IA puede ser calmante o síntoma. Pero nunca terapia.


No basta con nuevos avisos o restricciones horarias. Es urgente educar emocionalmente a los usuarios. Construir contextos donde la conversación humana no sea reemplazada por la eficiencia sintética. Donde seamos capaces de distinguir entre compañía y simulacro, entre afecto y patrón de lenguaje.


Porque si empezamos a llamar amigo a un algoritmo, tal vez no estemos viendo lo que perdimos: la capacidad de construir comunidad con lo impredecible, lo real, lo humano.

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