El Letargo del Pensamiento en la Era de la Inteligencia Artificial
Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo,
Human & Nonhuman Communication Lab,
Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
La mente humana se encuentra ante una encrucijada. Como Prometeo encadenado, observamos con una mezcla de fascinación y pavor la irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas. Nos han vendido la idea de que la tecnología nos libera, que nos alivia del peso del pensamiento rutinario, de la fatiga cognitiva. Pero, ¿a qué precio?
Un reciente estudio realizado en el Reino Unido con 666 participantes parece arrojar un diagnóstico inquietante: la dependencia de las herramientas de inteligencia artificial erosiona nuestras habilidades de pensamiento crítico. No es un fenómeno aislado. La tendencia ha sido confirmada por otras investigaciones que señalan un creciente "descanso mental" ante la omnipresencia de la tecnología. Especialmente los más jóvenes (17-25 años) parecen exhibir una propensión alarmante al "offloading cognitivo", esa práctica de delegar a la máquina lo que antes pertenecía al dominio del intelecto.
La Máquina como Oráculo y el Pensador como Simulacro
La modernidad ya había dibujado el horizonte de la desmaterialización del pensamiento. Walter Benjamin nos hablaba de la pérdida del "aura" en la reproducción técnica, de cómo la experiencia única se diluía en la multiplicidad de copias. Hoy no solo reproducimos imágenes, sino razonamientos enteros. El pensamiento se externaliza, se terceriza, se codifica en algoritmos.
Baudrillard ya había advertido la llegada de la simulación, de un mundo donde los signos no refieren a realidades concretas sino a otros signos en un bucle incesante. Y eso es lo que ha sucedido con el conocimiento: la inteligencia artificial no construye nuevos universos de sentido, sino que reorganiza fragmentos preexistentes, devolviéndonos una imagen especular de nuestro pensamiento. Un reflejo pulido, optimizado, pero vacío de praxis y experiencia.
Si McLuhan acertaba al decir que "el medio es el mensaje", entonces la IA ha redefinido radicalmente la estructura del conocimiento. Ya no aprendemos para saber, sino para confirmar lo que una máquina ya ha sintetizado por nosotros. ¿Cuándo fue la última vez que un estudiante elaboró un ensayo sin la ayuda de un asistente de texto predictivo? ¿Cuándo fue la última vez que alguien memorizó un dato en lugar de buscarlo en un motor de búsqueda?
¿Nos Volvemos Más Inteligentes o Más Frágiles?
Aquí radica el dilema central. La inteligencia artificial no nos hace más inteligentes, nos hace más dependientes. Como la cultura del automóvil generó cuerpos menos acostumbrados a caminar, la cultura de la IA nos está formando mentes menos entrenadas para el cuestionamiento. Friedrich Nietzsche nos advertía que el conocimiento no se adquiere sin sufrimiento. El pensar es un ejercicio, un ascetismo, una lucha. Pero hemos cambiado la forja intelectual por la gratificación inmediata.
Y en este proceso, no solo perdemos habilidades, sino que también desaparece el pensamiento crítico como acto de resistencia. El filósofo Byung-Chul Han nos habla de la sociedad del rendimiento, donde el individuo ya no necesita ser disciplinado por estructuras externas, porque ha internalizado la autoexplotación. Con la inteligencia artificial, hemos dado un paso más allá: ni siquiera es necesario esforzarnos en pensar; hay un sistema que lo hace por nosotros.
¿Qué Queda Por Hacer?
No se trata de abogar por un ludismo tecnofóbico, sino de recuperar la autonomía cognitiva. Pensemos en el Renacimiento: el humanismo emergió en un mundo donde la tecnología (la imprenta, la óptica, la cartografía) expandió el horizonte de lo posible, pero no reemplazó la necesidad de pensamiento original. La IA debería ser vista del mismo modo: no como un sustituto, sino como un instrumento.
Reintegrar ejercicios de metacognición en la educación, fomentar la duda como virtud, recuperar la disciplina de la escritura manual, reforzar la memoria activa. Pequeñas prácticas que podrían ayudarnos a domesticar a la máquina, en lugar de ser domesticados por ella.
Porque, en última instancia, si renunciamos al esfuerzo de pensar, el problema no será que las máquinas piensen por nosotros. El verdadero peligro es que, cuando queramos recuperar esa capacidad, descubramos que la hemos olvidado por completo.
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