top of page

La inmediatez digital y sus implicaciones en la comunicación contemporánea

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 1 may
  • 3 Min. de lectura

ree

Por Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


En la era digital actual, la comunicación a través de plataformas como WhatsApp ha redefinido nuestros hábitos comunicativos, generando un fenómeno que podríamos denominar "comunicación por impulso". Esta inmediatez, que en un principio parecía una ventaja, se ha convertido en un factor que erosiona la calidad y la profundidad de nuestras interacciones.


El carácter impulsivo de la comunicación digital no solo exige respuestas inmediatas, sino que también impone una constante disponibilidad, sin considerar el contexto o las circunstancias del interlocutor. Este paradigma de inmediatez, al extrapolarse a entornos empresariales y profesionales, altera los protocolos de comunicación, generando ansiedad, desorganización en las prioridades y una cultura de la reacción instantánea que minimiza la reflexión y la planificación.


Es imprescindible reconocer que la comunicación no debe estar sujeta a impulsos, sino a una consideración ética y empática del otro. La inmediatez, si bien facilita ciertos procesos, no puede convertirse en el eje rector de la interacción humana. Debemos promover una cultura de comunicación que valore el tiempo de respuesta reflexiva y la comprensión del contexto del otro, permitiendo así una verdadera conexión humana en la era digital.


Un fenómeno particularmente inquietante es el creciente uso de los mensajes de voz como sustituto de la escritura y la llamada. En lugar de redactar con claridad o entablar una conversación sincrónica que permita el diálogo auténtico, muchas personas optan por enviar audios —a veces extensos, dispersos y poco estructurados— como una forma de ahorro personal, aunque no necesariamente comunicativo.


Lo paradójico de esta práctica es que suele surgir no para mejorar la interacción, sino para evitar el esfuerzo de escribir con precisión o el compromiso de un diálogo hablado. Se trata, en el fondo, de una doble evasión: no querer escribir ni hablar, pero sí querer ser escuchado. En este gesto, aparentemente trivial, se oculta una forma de comunicación unidireccional que carga al receptor con la responsabilidad de interpretar, escuchar en tiempos no elegidos y responder sin haber sido considerado desde el inicio.


Este tipo de comportamiento plantea interrogantes éticos fundamentales: ¿estamos utilizando los medios digitales para encontrarnos o para evitarnos? ¿Qué lugar ocupa el otro en mi discurso cuando lo convierto en receptor pasivo de un monólogo sonoro que ni siquiera me tomo la molestia de estructurar o acompañar con empatía? La asimetría que se genera en esta práctica revela una pérdida de reciprocidad y una creciente instrumentalización del vínculo humano.


Además, el fenómeno se complica con la obsesión por la respuesta inmediata. Vivimos en una era donde la impaciencia se ha vuelto norma. La ansiedad por no ser respondido, por quedar en visto, ha transformado nuestra forma de relacionarnos, generando la expectativa de una respuesta instantánea a cada mensaje. Esta cultura de la inmediatez lleva consigo una doble moral: mientras se espera una respuesta rápida y precisa del otro, cuando somos nosotros quienes no respondemos, exigimos comprensión. ¿Por qué esta doble vara? Cuando no contestamos, buscamos ser excusados por nuestras circunstancias personales, pero cuando el otro se retrasa, sentimos ansiedad o frustración. La balanza se desequilibra, y surge la contradicción de la falta de paciencia cuando esperamos respuestas y la misma falta de comprensión cuando somos nosotros quienes no contestamos de inmediato.


La verdadera comunicación exige atención, presencia y una disposición al encuentro. Los dispositivos pueden facilitar el intercambio, pero no deben sustituir el esfuerzo por comprender y cuidar al otro. En tiempos de saturación de estímulos y automatización emocional, la ética del diálogo comienza por reconocer que cada mensaje que enviamos —escrito, hablado o silenciado— lleva implícita una forma de respeto o de desdén hacia quien lo recibe.


Recuperar la calidad humana de nuestras interacciones no requiere desconectarnos del entorno digital, sino reconectarnos con la responsabilidad comunicativa que toda relación ética exige. En última instancia, comunicar no es transferir datos: es asumir al otro como interlocutor digno de nuestro tiempo, nuestra escucha y nuestra palabra.

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page