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La Crisis del Lenguaje: El Vacío del Mundo y el Encuentro que lo Salva

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 1 jul
  • 5 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Vivimos en una época marcada por una parálisis existencial que se ha manifestado con tal contundencia que se hace difícil eludir su sombra. Nos encontramos frente a un mundo que, a pesar de su vastedad tecnológica, parece estar perdiendo su densidad, su significado y, sobre todo, su humanidad. En la superficie, el mundo se muestra interconectado, hipercomunicado, pero, en su núcleo más profundo, se hace eco de un vacío, un vacío que se despliega en nuestras ciudades, en nuestras mentes, y, sobre todo, en nuestro lenguaje. Un vacío que refleja la crisis del lenguaje, la cual, a su vez, es la crisis del mundo. El lenguaje, esa potente herramienta a través de la cual los seres humanos construimos, compartimos y vivimos nuestra realidad, se encuentra hoy sumido en una profunda crisis, despojado de la fuerza que otrora lo definía. Sin embargo, en el corazón de esta crisis se halla la respuesta: la comunicación.


La reflexión sobre el lenguaje que nos legó el filósofo Ludwig Wittgenstein —quien en su Tractatus postuló que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"— es crucial para entender las paradojas que enfrentamos hoy. Si el lenguaje es el vehículo que nos permite habitar el mundo, entonces, su vaciamiento implica, inevitablemente, un vacío del mundo. Esta correlación entre lenguaje y mundo no es una mera cuestión filosófica; es la clave para entender las dinámicas de nuestra época. En un mundo marcado por la hiperindividualización, la soledad, el aislamiento digital, y la automatización de nuestras interacciones, estamos perdiendo las condiciones para un encuentro auténtico y, con ello, el lenguaje se está vaciando de su contenido más esencial: el sentido compartido.


La Comunicación como el Corazón de la Humanidad

La crisis que hoy enfrentamos no es solo una crisis de comunicación en términos superficiales, no se trata únicamente de la calidad de nuestros intercambios o de los fallos en la transmisión de información. La crisis es mucho más profunda y tiene que ver con el origen mismo del lenguaje. La capacidad humana de hablar y entender el mundo no es solo una cuestión de lógica formal o de intercambio de datos; el lenguaje, como entendía Wittgenstein, tiene su raíz en las interacciones vivenciales, en la experiencia compartida que los individuos tienen del mundo. Sin esta experiencia intersubjetiva, el lenguaje se convierte en una mera herramienta técnica, un sistema formal de correlaciones y patrones, como ocurre con los modelos de lenguaje de la inteligencia artificial (IA). En ese sentido, el lenguaje pierde su capacidad de dar forma al mundo y, por lo tanto, el mundo se vacía.


Es fundamental entender que sin interacción genuina, sin el intercambio de experiencias subjetivas entre los individuos, no puede haber significado real. Como lo sostenía el filósofo Emmanuel Lévinas, la ética comienza en el encuentro con el otro, en el reconocimiento de su subjetividad. Cuando nos encontramos con el otro, nos reconocemos como sujetos, y es en este reconocimiento mutuo donde el lenguaje adquiere todo su sentido. Este encuentro, este intercambio intersubjetivo, es el terreno donde el lenguaje cobra vida. Es aquí donde se construye el sentido, se hace real lo dicho, se concreta lo pensado. Sin este encuentro, el lenguaje se vuelve vacío, se convierte en una sucesión de palabras carentes de vínculo, de emoción, de humano.


La Crisis del Lenguaje en la Era Digital: El Mundo Vacío

En la era digital, las interacciones entre los humanos se han transformado en algo profundamente diferente. Vivimos una era de hiperconexión, pero al mismo tiempo de aislamiento. A pesar de la constante presencia de dispositivos, redes sociales y sistemas de comunicación instantánea, la soledad se ha intensificado. Los intercambios que ocurren hoy, muchas veces mediadas por pantallas, carecen de la profundidad emocional que caracteriza a la comunicación humana. Los algoritmos y las máquinas se interponen entre los sujetos, entre sus mundos subjetivos. Y lo que es peor, las interacciones que se dan no están orientadas al reconocimiento genuino del otro, sino al cumplimiento de objetivos funcionales: likes, respuestas automáticas, interacciones programadas. La empatía, la complicidad, la co-creación de significados se ven desplazadas por patrones prediseñados, por formularios vacíos que generan una ilusión de conexión, pero que no son más que simulacros.


La presencia de la inteligencia artificial, que a través de sus modelos de lenguaje amplificados genera respuestas más sofisticadas, refuerza esta crisis. La IA puede interactuar con los humanos, puede generar conversaciones, puede responder preguntas, pero lo hace desde una lógica de patrones que carece de cualquier forma de experiencia subjetiva. La IA, por más avanzada que sea, no entiende lo que dice, ni siente lo que comunica. Su "lenguaje" es una simulación, un eco de lo humano, pero no es vivido. En este sentido, la IA puede generar nuevas formas de lenguaje, pero no puede habitar el lenguaje de la misma manera que los seres humanos. Este lenguaje de IA, aunque eficiente en muchos casos, es incapaz de producir un verdadero encuentro entre los sujetos, ya que carece de subjetividad. Y sin subjetividad, no hay intersubjetividad.


Por tanto, la crisis del lenguaje en la era digital no es solo una cuestión técnica; es una crisis ontológica. El lenguaje se vacía de sentido porque los encuentros genuinos entre los individuos se han reducido, y con ello, el mundo que compartimos se ha vuelto cada vez más abstracto, más fragmentado, más solitario. Nos encontramos ante un mundo donde, aunque estamos más conectados que nunca, estamos más desconectados. La comunicación se ha convertido en una herramienta vacía, en un intercambio de señales que no significan nada.


El Encuentro que Salva: Revalorizando la Comunicación Genuina

Sin embargo, en medio de esta crisis, hay una respuesta: el encuentro genuino. El hombre solo puede salvarse a través de la comunicación auténtica, aquella que no busca la eficiencia, la optimización ni la velocidad, sino el reconocimiento mutuo, el diálogo profundo, el compromiso con el otro. La comunicación es lo que salvará al hombre, pero no cualquier tipo de comunicación. La que necesitamos es una comunicación basada en la experiencia compartida, en la subjetividad vivida. No se trata solo de intercambiar información, sino de co-crear significados, de reconocer al otro como sujeto, de habitar juntos un mundo común.


Este encuentro genuino puede ocurrir en muchos niveles: en una conversación cara a cara, en una interacción profunda a través de las redes, en un acto de solidaridad, en un espacio compartido de reflexión y escucha. Pero este encuentro no puede ser reemplazado por un algoritmo, ni por un sistema automatizado. El encuentro genuino requiere de lo humano: de la vulnerabilidad, de la incertidumbre, de la imperfección que caracteriza nuestra condición.


Si la crisis del lenguaje es la crisis del mundo, la salvación radica en recuperar el lenguaje como un vehículo de encuentro, como el medio a través del cual los seres humanos pueden salir de su aislamiento, construir juntos un mundo compartido y redescubrir el significado profundo de sus vidas. Y esto solo es posible cuando nos encontramos, cuando nos escuchamos y cuando nos reconocemos como otros en el espacio de la comunicación.


La comunicación auténtica, el encuentro genuino con el otro, es lo que puede devolverle al hombre el sentido perdido de su existencia. Solo a través del lenguaje vivido, del diálogo, de la intersubjetividad, podemos restaurar el mundo y reconstruir el sentido que da forma a nuestras vidas.

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