El último periodista humano: crónica de un oficio entre la hiperautomatización y la preservación del sentido
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 13 ago
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Un reportero llega a la sala de redacción con un café en una mano y su laptop en la otra.
En segundos, un asistente artificial le propone titulares, redacta el cuerpo de la nota, genera la imagen de portada y le sugiere un video para redes.
El reloj marca las 8:05 a.m. y la noticia está lista para publicarse… sin que él haya hecho una sola pregunta, sin que haya salido a la calle.
En este escenario, el periodismo sobrevive, sí, pero tal vez el periodista ya no.
De la imprenta a la nube: el nuevo salto del periodismo
El periodismo siempre ha sido un espejo de la tecnología de su tiempo. La imprenta multiplicó voces y democratizó el acceso a la información; la radio y la televisión expandieron su alcance; internet lo volvió instantáneo.
Pero la inteligencia artificial ha dado un paso más: no sólo distribuye o amplifica, sino que produce la noticia.
En la redacción contemporánea, la IA ya no es un invitado ocasional: es un coproductor. Herramientas como ChatGPT, Gemini, Claude o Perplexity redactan borradores; sistemas de fact-checking rastrean datos en segundos; algoritmos de análisis de imágenes satelitales detectan movimientos antes que los analistas humanos; editores automáticos adaptan videos y textos para cada red social.
Si en la prensa del siglo XIX el poder residía en quien poseía la rotativa, hoy recae en quien domina el prompt, el modelo y el flujo de datos.
Usos frecuentes: el arsenal invisible
El periodista actual puede trabajar con un ecosistema de IA que se despliega de forma casi invisible:
Redacción y reescritura de notas en distintos tonos y formatos.
Verificación en tiempo real con acceso a bases de datos y fuentes abiertas.
Generación de contenido multimedia con Flow, Sora, Midjourney, DALL·E o Runway.
Traducción simultánea y localización cultural del contenido.
Análisis predictivo de tendencias informativas a partir de patrones en redes.
Automatización editorial que decide jerarquías de publicación según métricas de impacto.
Estos usos no son sólo herramientas: son parte de una infraestructura que redefine la cadena de valor informativa. La creatividad humana se combina con procesos mecánicos que optimizan alcance, pero que también diluyen la singularidad de cada voz.
Riesgos: cuando el algoritmo dicta la agenda
Como advierte el Reuters Institute, el peligro más evidente no es que la IA se equivoque, sino que estandarice.
Reproducción de sesgos raciales, de género y políticos heredados de sus datos de entrenamiento.
Homogeneización de narrativas y encuadres, reduciendo la diversidad informativa.
Desinformación sofisticada: deepfakes, documentos falsos, imágenes manipuladas con realismo extremo.
Desplazamiento laboral para quienes no desarrollen alfabetización digital avanzada.
Dependencia tecnológica que limite la investigación de campo.
Riesgos legales por derechos de autor y uso no autorizado de material.
Además, la IA hereda un problema estructural: tiende a validar la premisa del usuario. En periodismo, esto significa confirmar sin contrastar, amplificando errores con la autoridad de lo automatizado.
El espejo algorítmico del oficio
El filósofo Tomás Maldonado hablaba de automatización intensiva: procesos que no sólo agilizan tareas, sino que transforman la esencia misma del trabajo. El periodismo de IA vive esa mutación.
Ejemplos como el avatar Klara Indernach en un medio alemán, responsable de redactar el 11% de sus notas con un aumento del 80% en clics, muestran que el lector muchas veces no distingue —o no le importa— si detrás del texto hay una persona o un algoritmo.
Russell distinguía entre sistemas que piensan como humanos, actúan como humanos o razonan de forma lógica. Hoy, esas fronteras se han difuminado: en la práctica, la IA ya actúa como un redactor más, aunque sin las contingencias, dudas o intuiciones de un ser humano.
La IA como mediador cultural
Como señala Borsci en el texto: "Designing effective AI-mediated communication strategies", la IA no sólo transmite información: la procesa, la personaliza y modela la experiencia de quien la recibe. Esto significa que moldea también el imaginario colectivo.
El periodista deja de competir únicamente con otras redacciones y empieza a competir con la lógica algorítmica que decide qué se ve, cómo se ve y cuándo se ve.
Aquí entra en juego un dilema ético: la IA hereda sesgos raciales, de género y políticos de sus datos de entrenamiento. Reproduce encuadres y agendas sin la deliberación consciente que un periodista puede ejercer. Y sin alfabetización digital crítica, tanto profesionales como audiencias pueden confundir la voz del algoritmo con la voz de la verdad.
Tres futuros posibles
1. Híbrido con control humano
La IA apoya en recopilación y análisis, pero la verificación, la narrativa y la ética siguen en manos humanas.
2. Automatización total
Redacciones que prescinden casi por completo de reporteros humanos, operando como plantas de producción de contenido personalizado a escala.
3. Resistencia artesanal
Un periodismo que prioriza la crónica, la investigación y la voz única, usando la IA sólo como apoyo técnico, no como autor principal.
Entre la promesa y la advertencia
Las oportunidades son innegables: verificación en tiempo real, traducción instantánea, personalización de contenidos y cobertura de temas antes inviables económicamente. Sin embargo, como advierte el Reuters Institute, esta integración requiere algo más que adopción tecnológica: exige gobernanza, transparencia y trazabilidad. Sin estas, la IA puede convertirse en un “hiperobjeto” que lo absorba todo, desplazando no sólo el trabajo manual, sino la diversidad de perspectivas.
El riesgo más profundo no es únicamente perder empleos, sino transformar la naturaleza misma del trabajo periodístico: de reportero a diseñador de prompts, de observador de la realidad a editor de narrativas generadas.
La IA ofrece eficiencia, pero el periodismo no se mide en velocidad de entrega, sino en la integridad de lo que se entrega. Sin trazabilidad, sin gobernanza y sin una ética clara, el riesgo es que el periodista deje de ser un narrador de lo real para convertirse en un curador de narrativas sintéticas.
McLuhan recordaba que el medio es el mensaje. En esta era, el medio no sólo es mensaje: es autor. Y ese cambio exige que repensemos no sólo las herramientas, sino la propia ontología del periodismo.
En última instancia, la inteligencia artificial no amenaza al periodismo por lo que hace, sino por lo que deja de exigirnos: salir a la calle, escuchar, contrastar, equivocarnos, rectificar. Si el futuro del oficio es un salón vacío con máquinas escribiendo, tal vez el mayor riesgo no sea perder empleos… sino perder la capacidad de contar el mundo con la voz irrepetible de quien lo ha vivido.
¿Hacia dónde mirar?
El futuro no es binario. No se trata de aceptar o rechazar la IA, sino de decidir cómo integrarla sin abdicar de las virtudes epistémicas que sostienen al periodismo: objetividad, voluntad de verificación, autorrestricción, responsabilidad social. La IA puede —y debe— ser una aliada, pero bajo condiciones que preserven la agencia humana en la mediación informativa.
Si en la imprenta de Gutenberg nació el periodismo moderno, en el prompt del siglo XXI podría nacer otra cosa: un periodismo híbrido, donde la máquina potencia la mirada humana sin sustituirla. El reto será no olvidar que el valor central del oficio no está en la velocidad de la entrega, sino en la integridad de lo que se entrega.



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