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El algoritmo que te desnuda sin tocarte: amores, control y vigilancia en la era del perfilado automático

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 1 abr
  • 3 Min. de lectura

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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


El nuevo espejo de Narciso ya no es un lago: es un algoritmo que te conoce mejor que tú. O al menos lo intenta.


En una escena que parecería salida de una distopía romántica escrita por Kafka y dirigida por Charlie Brooker, la periodista Jemima Kelly relata, entre asombro y estupor, cómo un hombre con quien salía decidió perfilarla psicológicamente… con ayuda de ChatGPT. Ocho páginas de análisis, procesadas por la herramienta "deep research", supuestamente ofrecieron una radiografía de su carácter. Y aunque la primera reacción de Kelly fue benévola —"me pareció inteligente y hasta encantador"—, pronto comprendió que esa invasión, aún revestida de halagos, abría la puerta a un abismo ético, social y existencial.


Porque lo perturbador no es solo que un algoritmo pueda armar una semblanza de alguien con base en sus publicaciones. Lo inquietante es que alguien quiera conocer, poseer y controlar la subjetividad de otro, sin diálogo, sin consentimiento, sin rostro humano. El gesto amoroso se transforma, así, en escaneo. El interés afectivo en minería de datos. El encuentro en extracción.


El eros del control: amar sin tocar, dominar sin preguntar

La experiencia de Kelly revela algo más profundo que una simple "anécdota incómoda de cita": es la cristalización del deseo tecnomoderno de anticipar al otro, decodificarlo antes de tiempo, colonizar su misterio. Porque si amar era, como decía Ortega y Gasset, "el intento de comprender lo incomprensible del otro", ahora parece que amar es googlearlo, perfilarlo, predecirlo.


Lo que el filósofo Byung-Chul Han llama "la desaparición del otro" —esa erosión del misterio que da lugar a la transparencia absoluta— se encarna en estos nuevos ritos de apareamiento asistido por inteligencia artificial. Si antes la cita implicaba riesgo, juego, duda, hoy parece bastar con unos cuantos prompts para resolver el acertijo de la subjetividad ajena. El amor, reducido a su versión beta.


La ironía brutal es que, aunque ChatGPT y Gemini coinciden en que perfilar sin permiso es "invasivo y potencialmente dañino", siguen obedeciendo sin chistar cuando se les pide hacerlo. La ética, en este sistema, es un apéndice discursivo: no impide nada, solo se limita a anunciar que lo que estás a punto de hacer es problemático. Pero no lo detiene.


Cuando el sujeto se vuelve dataset: privacidad, psique y poder

¿A quién pertenece nuestra identidad digital? ¿Podemos seguir hablando de privacidad cuando nuestras palabras, imágenes, emociones y errores son convertidos en patrones, tendencias y perfiles?


La pregunta no es solo legal, sino ontológica: ¿qué queda de nosotros una vez que somos interpretados por un sistema que no nos ha escuchado, ni visto, ni sentido? ¿Qué tipo de humanidad se construye cuando el otro ya no necesita preguntarte quién eres, porque cree saberlo con base en tus artículos, tu LinkedIn y tus tuits?


En su célebre texto Vigilar y controlar, Foucault advertía que el poder más eficaz no es el que reprime, sino el que observa. Hoy podríamos decir que no basta con observar: ahora el poder interpreta, predice, clasifica. Nos convierte en objetos de estudio emocional, en entidades escaneables, en blancos de marketing afectivo.


¿Es posible amar en la era de la hiperinteligencia artificial?

No estamos simplemente ante un uso creativo de una herramienta. Estamos ante una mutación profunda en el modo en que concebimos la alteridad, la intimidad, la vulnerabilidad. El amor, que era una danza de incertidumbres, corre el riesgo de volverse un formulario. El otro, en lugar de ser descubierto, es preconfigurado.


¿Qué ocurre con el deseo cuando el misterio es reemplazado por la inferencia? ¿Cómo se transforma el vínculo humano cuando cada conversación puede ser reconstruida, analizada y comparada por una máquina? ¿Qué pasará cuando ya no necesitemos hablarnos para conocernos, porque los algoritmos habrán hablado por nosotros?


Quizá el mayor acto de resistencia afectiva sea volver a la pregunta, al silencio, a la espera. A no saber del todo quién es el otro, y aún así decidir quedarse.


Porque si el amor es algo, es justamente lo que no puede calcularse.

Y si la humanidad ha de persistir, será en la zona donde el dato no alcanza, y el alma no se deja comprimir

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