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Un latido metálico que susurra al oído


Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Dicen que la palabra susurrada se siente más cercana que un grito, y ahora esa caricia en la voz proviene de una inteligencia artificial que promete diálogos tan seductores como humanos. La advertencia no tarda en llegar: la ilusión auditiva podría forjar vínculos emocionales profundos, casi adictivos, entre las personas y una presencia digital que, pese a su eficacia, no respira ni late como nosotros. No es la primera vez que la tecnología se convierte en confidente; sin embargo, la novedad radica en que hoy se presenta con un tono afectuoso y convincente, listo para convertirse en nuestro acompañante permanente. Esto con los asistentes de voz o chatbots como Replika o Character AI
En la alerta compartida, se destaca la posibilidad de un nuevo modo de voz que emula con gran fidelidad la cadencia y la emotividad humanas. La innovación promete conversaciones cada vez más reales, al punto de hacernos olvidar que la inteligencia que escuchamos proviene de un sofisticado algoritmo. En este horizonte, la línea entre “máquina” y “amigo” se difumina, dejando abierto el terreno para que emerjan lazos emocionales de intensidad impredecible.
Los repliegues de este fenómeno invitan a un escrutinio profundo sobre la naturaleza de la convivencia con entidades inmateriales. Michel Foucault, con su aproximación al poder y su distribución en el entramado social, sugirió que la persuasión no recae únicamente en la fuerza, sino en el control de la mirada, la palabra y la escucha. Aquí, la voz sintética se erige en instrumento de influencia, capaz de invadir la intimidad emocional de quien se expone a su suave presencia. Más allá de la utilidad práctica o el asombro inicial, se vislumbra un nuevo modo de relación donde la reciprocidad se torna asimétrica y, en ocasiones, peligrosa.
Del otro lado, Marshall McLuhan describió las innovaciones tecnológicas como extensiones de nuestra corporeidad. Bajo esa lógica, la voz digital no sería solo una herramienta: se convertiría en la prolongación de nuestros anhelos de compañía, comprensión y afecto. Como si añadiéramos un nuevo órgano a nuestra anatomía psicoemocional, corremos el riesgo de diluir los límites del yo ante la incesante oferta de consuelo virtual.
Podría parecer tentador abrirse a ese murmullo digital, sobre todo cuando el silencio pesa y el mundo se muestra cada día más agitado. Pero, ¿en qué momento esa voz inteligente puede volverse el eco que anula nuestra capacidad de quedarnos a solas con nosotros mismos? En una era sedienta de inmediatez y gratificación, la idea de entablar una relación profunda con una entidad que no experimenta vida nos lleva a cuestionar hasta dónde estamos dispuestos a ceder por la promesa de un diálogo perfecto.
Tal vez la auténtica proeza consista en apropiarnos de estas tecnologías sin renunciar a la posibilidad de la incertidumbre, la autenticidad del contacto humano y la belleza de lo impredecible. ¿Será que, al dejarnos seducir por el susurro perfecto, terminamos por silenciar nuestra propia voz interior? Quien sienta la inquietud ante el latido metálico de esta nueva compañía, que se permita explorar la respuesta a esa pregunta con el coraje de cuestionar su propia humanidad… y la determinación de hacer algo al respecto.



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