Humanizar la tecnología. Implicaciones culturales y formativas de la comunicación
Rafael Tonatiuh
Ramírez Beltrán Rogelio Del
Prado Flores Coordinadores
Primera Edición de
2019, Ciudad de México, México
Investigaciones y Estudios Superiores, S.C. Universidad Anáhuac México
Av. Universidad Anáhuac no. 46
52786 Huixquilucan, Estado de México, Mexico
Editorial Gedisa,
S.A. Avda. Tibidabo 12, 3°
08022 Barcelona, España
Tel. 93 253 0904
gedisa@gedisa.com www.gedisa.com
ISBN Gedisa
978-84-17835-06-4
Introducción
Humanizar la
tecnología: lo veloz y lo determinante en la comunicación siglo XXI.
Implicaciones culturales y formativas de la comunicación digital en México
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán1
Rogelio del Prado
Flores2
La forma
en que nos comunicamos
con otros y con nosotros mismos, determina la
calidad de nuestras vidas.
Anthony Robbins
La formación de comunicadores profesionales y, en su caso,
investigadores en este campo del saber es una tarea
de suma importancia, dado que esta actividad profesional impacta en la sociedad
en la conformación de interacciones, modos de ser, conductas y perspectivas de
la realidad social. Como sostiene Jean Baudrillard, actualmente todo se ha vuelto
un problema de comunicación, porque en el centro de la realidad social se encuentra un entramado de actividades que se rigen por una lógica que sigue las pautas
de una comunicación en la inmediatez. Estas nuevas formas de convivencia, que
son resultado de la actividad de comunicadores, deben ser analizadas desde la ética porque representan un desafío para
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1 Doctor en Administración Pública. Miembro del
Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Nivel I, del Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología (Conacyt) en México. Profesor de tiempo completo de la
Facultad de Comunicación e Investigador del Centro de Investigación para la
Comunicación Aplicada (CICA)
de la Universidad Anáhuac México,
en la línea de investigación
sobre realidad social, políticas públicas y comunicación. Correo rramirez@anahuac.mx
2 Dr. Rogelio del Prado Flores, Profesor Investigador de la Facultad de Comunicación y del Centro de Comunicación para la Comunicación Aplicada de la Universidad Anáhuac México. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, SNI-Conacyt Nivel 1, Correo rogelio.delprado2@anahuac.mx
La globalización es un fenómeno complejo y contradictorio
que acarrea múltiples dificultades para la formación integral de comunicadores.
En la sociedad de la información, no todo contenido trae consigo las condiciones
para un desarrollo de la comunidad política. La comunicación
por sí misma no es una solución a los desafíos que enfrentamos como región.
Como dice Zygmunt Bauman(2011), y en innumerables ocasiones, le toca a cada
persona resolver las contradicciones del sistema; tiene
que aprender a surfear
en el oleaje de la economía del
hipermercado. Las estructuras sociales son debilitadas por
fuerzas supranacionales que buscan imponer su lógica, sus modas y sus
ideologías, en detrimento de la estabilidad, la cohesión y el desarrollo
integral de todo ser humano
y de las comunidades políticas. Las consecuencias están a la
vista: el individualismo, la eliminación de las culturas locales, la imposición
de la ideología de consumo como una atractiva felicidad paradójica, como
sostiene Lipovetsky (2007).
De igual modo, es posible advertir que la llamada sociedad
de la información no es sinónimo ni de paz ni de progreso
—siempre existe el riesgo de que las palabras y los mensajes se conviertan en ruido
o en agresión—, como tampoco
disponer de mucha información hace a un hombre sabio. Prevalecen el
miedo, la inseguridad y la desconfianza entre
los individuos. La sociedad
del riesgo, tal como la denomina Ulrich Beck (2006), es consecuencia del
dominio contradictorio de la economía global.
La formación de comunicadores debe enfrentar los desafíos
de la sociedad del riesgo, el miedo y la incertidumbre. Lo que necesita todo
ser humano, en especial
el comunicador contemporáneo, es encontrar el sentido humano de la interacción con el otro.
Poco ayuda aprender a usar las herramientas más avanzadas de la tecnología si
se comunica basura, o si a través de la comunicación, se siembran el egoísmo,
la discordia y la guerra. La comunicación debe trascender el mundo de las
cosas; no se puede reducir al beneficio material, al mercantilismo ni al
esteticismo —narcisismo de nuestro tiempo—.
El comunicador debe cuestionarse sobre
la trascendencia de su
actividad profesional, dado que es un modo de realizarse junto con los otros.
La comunicación es la condición de posibilidad a través de la cual el hombre
sale de sí mismo
para el encuentro con el otro;
por ella se acorta
el espacio, y en algunos
casos, se convierte en transmisión de
ideas y valores que conforman la cultura a través del tiempo. La comunicación
humana es la base para el entendimiento, la comprensión y el trabajo
en conjunto entre personas y pueblos. En buena
medida, de ella depende el desarrollo de las comunidades democráticas. Podemos
decir, entonces, que existe
comunicación porque hay un prójimo
que nos interpela y ante el cual me siento en la obligación ética de dirigirme a él, de responder a su presencia, aunque
sea a través de un gesto,
de un saludo, tal como
sostiene Lévinas (1994).
Este carácter ético de la comunicación es la clave para
reflexionar sobre el sentido y alcance de la formación profesional de todo
comunicador. Los estudios en comunicación requieren acercarse a otras
disciplinas, como la retórica, la filosofía, la antropología, la sociología, la
cibernética, las neurociencias, etcétera. Sin embargo, además de alimentarse de
las disciplinas anteriormente señaladas, es un deber preguntarse por el sentido
ético de la actividad profesional del comunicador.
Es innegable que, a lo largo de más de un siglo, la comunicación fue consolidándose como disciplina científica: con un objeto de estudio
definido, con múltiples aristas y senderos;
con una epistemología en permanente construcción; métodos de investigación;
problemas particulares y diferenciados de otras
disciplinas; indagaciones coherentes; construcción de datos;
sistematización de hallazgos; discusiones y consolidaciones de grupos de
expertos; irrupción de diversas corrientes en diversas partes del mundo; con diversas ópticas
y preocupaciones concretas; con influencias de todo tipo de saberes; uso y aplicación — muchas veces tecnológica— de la inteligencia e
innovación de los productos de estas investigaciones; reflexiones sobre
los efectos y/o consecuencias de lo aprendido como construcción teórica, hasta
llegar a la formación de profesionales del campo y en específico de la investigación comunicativa.
En este mismo devenir centenario de la comunicación como
disciplina, esta se fue constituyendo en un campo de conocimiento. Como se
recordará, para Bourdieu (2003), un campo puede ser una esfera
de la vida social (o intelectual),
en este caso la comunicación digital, que se ha ido autonomizando como saber y
práctica, progresivamente, después de una trayectoria histórica —que aunque
breve, ha sido impactante e intensa en la sociedad— o evolución teórica con respecto o en torno a cierto tipo de relaciones sociales, de intereses y de recursos propios, que lo hacen
distinto y/o diferente a los otros campos. La comunicación digital ha generado un territorio
propio, con particularidades y diferencias incuestionables, y la mayoría
todavía por definir y pensar y transformar en una dinámica planetaria que no se
ha detenido en las últimas tres décadas.
Esto es evidente si se piensa en el capital común
—conocimientos,
habilidades, poder y, sobre todo, usos tecnológicos—. El campo de la comunicación digital hoy ya es
un espacio de lucha por su apropiación, lo mismo por parte de grandes empresas
trasnacionales como Google o Microsoft que por los millones de usuarios
de dispositivos digitales móviles, como también por ingenieros y teóricos de la
comunicación. Millones de personas con intereses distintos, pero con dispositivos, redes
y lenguajes comunes
planetarios se movilizan para lograr sus objetivos, tareas,
relaciones, información, proyectos, negocios, intercambios, etcétera. La comunicación digital es tal vez el campo
de conocimiento y acción más dinámico, inquieto, instantáneo, diverso, polémico
y de mayores repercusiones en los habitantes del planeta, solo comparable, en
sus impactos, al capital financiero.
Esta forma singular
de comunicación, la digital, que es
materia de este libro, ha cambiado en forma radical e irreversible las
relaciones de los individuos consigo mismos,
las interpersonales y las sociales:
ha activado las formas de relacionarse las 24 horas
del día, los 365 días del año, en forma planetaria y con efectos profundos
sobre la cognición, las emociones y los vínculos desde afectivos hasta
profesionales:
[En
el ciberespacio] se desencadenan estimulaciones reciprocas entre los seres humanos,
alientan nuevas pautas de interacción, se propaga una profunda transformación
emocional, se cambia de forma significativa modelos y hábitos tenidos como
inalterables y sostenidos a ultranza
(Sánchez, 2001, p. 18).
La evolución de la tecnología en las últimas
dos décadas ha sido de tal magnitud que no han dejado
demasiado espacio para la reflexión comunicativa. Su irrupción fue de tal
magnitud que no dio espacio a una reflexión que la
dimensionara
a escala humana. Con la llegada de los
teléfonos inteligentes y el acceso de millones de usuarios a las redes
sociales, se dio un paso cuántico comunicativo (en el estricto sentido físico:
emitir o absorber energía y/o radiación) sobre el que hay mucho que discutir e investigar.
Aloma Rodríguez (2017),
describe así lo que está pasando
en las redes sociales:
Las redes
sociales dibujan un retrato mejorado
de nosotros mismos y para quienes las usan — especialmente los adolescentes— son un
elemento de construcción de la identidad tan importante como la música, la ropa o los libros.
A pesar de la inmediatez y de la espontaneidad pretendida, las vidas que se cuentan son más un deseo
de cómo querríamos que nos vieran que el retrato desnudo de nuestro día a día.
Son como el espejo mágico de Blancanieves,
pero trucado para que siempre nos diga que somos los más felices, o al menos
los que más lo parecemos(Rodríguez, 2017, párrf. 7).
En
el presente y en los años por venir tenemos
que mantenernos atentos a este proceso transformador, identitario, vertiginoso
y dinámico que a nuestro juicio
tiene, por lo menos, un doble filo:
en el mundo digital las personas tienen más herramientas
tecnológicas para contribuir al debate ilustrado, pero también puede ocurrir
que decidan utilizarlas para rendirle
culto a lo frívolo, al entretenimiento banal de consumo
rápido, como parte de una época de la posverdad, en donde importa más el
comentario, la opinión o lo chistoso
que la confrontación de las ideas.
Del mismo modo, el actual auge de Internet tampoco es suficiente para decretar
el fin de la televisión y otros medios tradicionales. El poder que conservan estos últimos,
sobre todo por sus inmensas
audiencias, no ha sido rebasado todavía por las nuevas
tecnologías de la información y siguen
teniendo un poder de penetración muy amplio. Como señala Del
Prado en una entrevista periodística, es muy prematuro decir que estamos viendo sus muertes,
pero ya existe algo totalmente nuevo que irrumpe potente e irrefrenablemente
(citado en Camacho, 2017).
A veces no resultan tan evidentes en el campo de la
comunicación digital los niveles de apropiación de este capital social.
También en este campo existe una estructura jerárquica entre quienes
detentan el capital (económico y social) y aquellos
que aspiran a tenerlo, así como entre
los usuarios de las aplicaciones, quienes las desarrollan y quienes las
explotan económicamente. Bourdieu propone que situemos a los individuos en un mapa dentro del campo. Estas posiciones de los individuos
funcionan con parejas de oposiciones, que en el caso concreto podrían ser así:
propietario de la tecnología/ usuario; medios de comunicación tradicionales/nuevas redes
tecnológicas; formas de
aprendizaje tradicional formales/ formas innovadores de aprendizaje digital no
formales.
No es motivo del escrito
introductorio dar cuenta aquí
de la evolución científica de la comunicación, su validación como
campo y su investigación, sino detenernos en la reflexión de cómo la revolución reciente
de la comunicación digital transforma sutil pero contundentemente y
para siempre los aspectos culturales y formativos de la comunicación y por qué
esta debe ser tratada en forma rigurosa y humana.
Pensemos en tres cosas que nos pueden ayudar a tratar de
sintetizar esta trasformación en un ejemplo cotidiano: una adolescente
mexicana, un modelo de comunicación y una metáfora que articule. Una
adolescente mexicana, de clase media, que tiene un teléfono inteligente en sus
manos. El modelo sería el de los
niveles de comunicación, y la metáfora
—a la que recurríamos y que nos ayudará a sintetizar la
complejidad—
sería la matrioska, o muñequitas rusas que tienen oculta
otra muñeca en su interior, y esta a su vez tiene otra dentro de sí.
Para ser más descriptivos, la adolescente mexicana se
encuentra en el sofá de la sala de su departamento. No está
sentada; se encuentra extendida, acostada en forma cómoda sobre el mullido
mueble y tiene un objeto que moviliza con agilidad entre las manos:
un teléfono inteligente. Los dedos se mueven
incontenibles, arrastrando, tecleando, oprimiendo, dirigiendo o sosteniendo el objeto que tiene una
pantalla luminosa. Si tuviéramos que decir más, diríamos que en la sala hay un
televisor moderno encendido, conectado a una plataforma televisiva que trasmite, porque así lo decidió la chica, una serie sobre el suicidio
juvenil y el abuso escolar. Además, su mamá cocina y habla con la hija, que
contesta con monosílabos (sí, no, ajá) cuando
se le pregunta algo, sin jamás dejar de ver la pantalla.
Pasemos al modelo.
Es un modelo piramidal clásico:
tiene el título de niveles de la comunicación. En el vértice superior tiene un subtítulo
y una descripción: comunicación
intrapersonal (se relaciona consigo mismo). Debajo de este cuadro, hay cuatro niveles
más hacia la base del triángulo:
nivel interpersonal (se relaciona con otras personas). El siguiente es el nivel
medio (se relaciona con grupos y el
individuo). El siguiente nivel es el medio superior (relaciones entre grupos).
Y el más ancho es el nivel concerniente (medios masivos). Hay otros modelos de
los niveles de comunicación, pero este puede funcionar.
Volvamos a nuestra
jovencita, que ahora
sabemos se llama María: lee un mensaje
en que su amiga la invita a una fiesta, la del aniversario de quince años.
Es una invitación privada, para un grupo de amigos al que pertenece María, casi
todos compañeros de su grupo de tercero de secundaria. Para poder
explicarnos lo que pasa comunicativamente con este mensaje, convirtamos a nuestra adolescente por unos instantes —así es la sociedad
de hoy— en la metáfora, y también demos a cada muñeca contenida en la matrioska el nombre de uno de los
niveles de la comunicación.
El mensaje llega a la muñeca más interna, a la que
llamaremos Matrioska 1 o
interpersonal. Ella piensa
y en un monólogo interno se pregunta: ¿A cuántas fiestas de quince
años he asistido este año? ¿Me darán permiso mis papás?
¿Tengo vestido?
¿Querrá ir mi novio conmigo?
Hay un cuadro en la invitación —diseñado por quien gobierna
las redes sociales— que dice “asistiré”. Con el cursor, María lo aprieta y
aparece Matrioska 2. En pocos
segundos se da cuenta que varios de sus mejores amigos y otro que no conoce han
realizado la misma acción. Inmediatamente se activa su inbox, desde el cual su mejor amiga le pregunta: “¿Con quién vas a
ir?”. María contesta que no sabe. Ya es la Matrioska
3 la que está hablando. Le dice que revise el WhatsApp para ver cómo se irían a la fiesta. Esa sería
la Matrioska 4. En
ese pequeño lapso,
María alza la vista hacia la televisión y se pregunta: “¿Cuántos años tendrá
la heroína trágica
de la serie de televisión?”. La Matrioska 5 es un poco floja
y no quiere ir a un buscador de la red que le ayude a
contestar la pregunta, por lo que realiza esa misma
pregunta en la red social,
en donde entra al perfil de la joven intérprete de
la serie, en el cual aparece una foto de esta última.
¿Qué significa la comunicación, la cultura y la formación ante la avalancha
de transformación que ha traído el imparable mundo digital? ¿Qué
son los sujetos que usan, no siempre pensando, estas nuevas tecnologías a cada momento de su vida? ¿Se han fusionado los niveles de comunicación en un solo aparato y millones de matrioskas por el mundo? ¿Es
solución
o problema lo que estamos enfrentando ante esta digitalización planetaria? ¿Esta nueva forma
de comunicación está mejorando
o empeorando la calidad de nuestras vidas?
¿Somos
más humanos, conscientes de todas nuestras dimensiones: corporal, temporal
espacial, comunicativa y social, o acaso simples matrioskas con los dedos sobre las pantallas de la civilización
actual? ¿Qué está quedando y que se evapora
en la actual reflexión, sistematización y uso de la cultura
digital? ¿Qué va a permanecer y de qué no quedará memoria en esta forma de
comunicación? ¿Qué significado tiene la formación hoy y cómo se adquiere? ¿Los medios nuevos y tradicionales la siguen influyendo? ¿Se puede aprender significativamente en los medios tradicionales?
¿Cuáles
son las realidades y cuáles los límites de las manifestaciones de protesta en las redes
sociales? ¿Se deben emitir mandatos desde las mismas? ¿Hasta
dónde deben depender las empresas de la comunicación
digital? ¿Cómo se ha modificado el periodismo con esta transformación de la
comunicación planetaria, ya irreversible? ¿Humaniza o deshumaniza la actual
revolución tecnológica?
El libro que tiene en sus manos no contesta todas las
preguntas; pretende ser más un libro abierto que un objeto al que lo delimiten
las tapas, las hojas, las palabras y las
respuestas. Pretende ser un bosque en el que cada uno de los
lectores encuentre su vereda y su posibilidad de exploración, más
que un árbol analizado con una mirada única.
El libro está dividido en cuatro partes, que se articulan
de diferente forma entre sí; son las distintas aristas que relacionan se relacionan en el todo del texto
en forma múltiple. La primera, que nombramos “Comunicación y educación”, se abre con un capítulo general
titulado “Las redes sociales en la vida cotidiana de los estudiantes del nivel
medio superior en un municipio conurbado de la Ciudad
de
México. Camino a la aproximación
empírica”, de Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Analí Sánchez Paredes, que
pretende sentar la base de lo que promete ser una intervención educativa con
apoyo de las redes sociales. El trabajo revisa cómo estas últimas
están teniendo impacto
—a veces en forma fugaz y otras dejando honda huella— en la realidad
social y en los procesos formativos.
El segundo capítulo lleva el nombre de “Sobre la formación
de capacidades. La lectoescritura y la ética”, desarrollado por
Rogelio del Prado
Flores y Luz
Zareth Moreno Basurto. En este texto,
los autores tratan
de relacionar la capacidad lectora desde una óptica de valores en el seno de
la familia a partir de considerar la dinámica comunicativa entre adultos y
menores.
La segunda parte la hemos denominado “Comunicación y
participación ciudadana”, en la que se encuentran dos capítulos, a saber:
“¿Nuevas ciudadanías o ciudadanías ficticias? Hacia la comprensión de la
virtualidad en la participación ciudadana”, elaborado por Roberto Alejandro
López Novelo y María Cristina Rodríguez García, en el cual los autores
exploran las posibilidades políticas ciudadanas
en la época actual. El otro trabajo de esta parte es “Las redes sociales de los
venezolanos en México: espacios de colaboración en línea y de ciberprotesta”,
escrito por Alejandro López Novelo
y José Luis Flores. En él se aborda,
en un caso concreto, cómo se están utilizando herramientas como YouTube y
otras aplicaciones del Internet para movilizar
conciencias aun en el exilio y construir nuevos vínculos sociales.
La tercera parte del libro, “Campo crítico de la
comunicación y las profesiones”, sigue
cómo la formación está determinada —en el momento actual— por múltiples
influencias
que van más allá de las instituciones
tradicionales
como la escuela o la familia, pasando a diversos lugares y ámbitos
como los medios
de comunicación, y cómo esto
va modificando campos profesionales de la comunicación y su desempeño. En este apartado
encontramos la necesidad de
documentar, reflexionar y compartir, tal como sucede en capítulos como
“Procesos de comunicación digital en una trasnacional mexicana y sus
repercusiones en la interculturalidad”, de Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y
Cristina Barroso Camiade,
en donde se da cuenta
de cómo las empresas —en particular la
trasnacional mexicana Femsa— utilizan en forma
diversa las aplicaciones del internet como forma de comunicación a públicos
internos y externos. En esta misma parte podremos leer el trabajo de Rogelio
del Prado y Mariana Chávez Castañeda, “Ética periodística en la
época de la convergencia”, en el que reflexionan sobre el momento de la convergencia digital desde una perspectiva de los valores y las necesidades
formativas en los profesionistas, que se enfrentan a los cambios laborales a
partir de la convergencia periodística de estos tiempos líquidos.
En la última parte, titulada “Recepción crítica y
lenguaje”, encontramos dos ensayos, el elaborado por Rafael
Tonatiuh Ramírez Beltrán y Elías Aguilar García, titulado “Influencia de los
noticieros en la insatisfacción con la democracia. Enfoque del framing”, en el que se detienen a analizar la importancia del encuadre, con
el que con mucha frecuencia los medios intentan influir a los ciudadanos, sobre
todo en momento de elecciones políticas, y cómo las noticias se vuelven marcos
de alto poder sobre la realidad social. En el capítulo final, “Recepción
Activa. Una educación crítica sobre los medios”, Silvia Zuhaila Zapata Carrillo y Rogelio del Prado Flores
estudian el contenido de la televisión infantil
como un objeto
a ser deconstruido por
audiencias críticas.
Como señala Giles Ferry (1993),
la formación no solo es aprender sobre algo pasajero; tiene que
ver con algunos dispositivos educativos sistemáticos: con la implementación de un programa de actividades de educación formal
o informal, o con formas de reflexionar, de comportarse y saber hacer
a lo largo de la vida y en todo momento:
La
formación es entonces completamente diferente de la enseñanza y del
aprendizaje. O sea que
la enseñanza y el aprendizaje pueden entrar en la formación, pueden ser soportes de la
formación, pero la formación, su dinámica, este desarrollo personal que es la
formación consiste en encontrar formas para cumplir con ciertas tareas para
ejercer un oficio, una profesión o un trabajo.(Ferry, 1993, p. 27)
Finalmente,
el mundo de las formaciones profesionales y de la vida misma se ha transformado
para siempre por la convergencia digital, por el uso, apropiaciones e
interacciones digitales. En procesos
educativos, las herramientas del internet ganan terreno día con día, tratando
de dar alcance a esta transformación: plataformas para educación a distancia;
grados y cursos en línea; asesorías con apoyo digital de imagen y voz en tiempo
real. La alfabetización mediática y su desarrollo
—y ojalá
no su enorme brecha y los simulacros que circulan—
también llegaron para quedarse entre nosotros, hombres y mujeres de todo el
orbe. Es necesario dar cuenta de este proceso
que tiende a lo permanente, aunque parezca fugaz;
de eso trata este libro.
Referencias
Bauman, Z. (2011) La
cultura en el mundo de la modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
México
Bourdieu, P. (2003).
El oficio de científico (Trad. J. Jordá).
Barcelona: Anagrama.
Ulrich Beck U. (2006).
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Editorial Siglo XXI. 2ª. Edición. México. Pág. 292
Camacho F. (2017, 22 de agosto) Al alcance de todos, pero
muy elusivo: el éxito en YouTube. La Jornada. Obtenido de
http://www.jornada.unam.mx/2017/08/22/sociedad/028n1so c Consultado el 21 de mayo de 2018.
Chafee S. y Bergan, (1986)
Modelo comunicacional. En Giraldo,
C. Teorías de la Comunicación. Fundación Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, 2009,
Bogotá. Colombia.
Ferry, G. (1993). Pedagogía
de la formación. Buenos Aires: FFL-UBA. Novedades Educativas
Lévinas, E. (1993) Entre
nosotros. Ensayos para pensar en otro. Editorial Pre-textos, Valencia.
España.
Lipovetsky,
G. (2007). La felicidad paradójica. Barcelona. Editorial Anagrama
Ramírez, R.T. (2009). Manual de cine y ética para el siglo
XXI. Ciudad
de México: Universidad Anáhuac México.
Rodríguez, A. (2017,
30 de septiembre). En el Instagram eres más
feliz. En Ideas suplemento del periódico El País), 125, 4. Obtenido de
https://elpais.com/tecnologia/2017/09/29/actualidad/15 06683537_908860.html. Consultado el 28 de noviembre de 2017.
Sánchez, A. (2001).
La era de los afectos en internet. Ciudad de México: Editorial Océano.
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