La inteligencia artificial en el cine
Dra. Adriana Fernández Rodríguez Macedo
Coordinadora Académica de la Maestría en Desarrollo y Gestión de Industrias de Entretenimiento
Desde tiempos inmemoriales el ser
humano ha tenido una relación dicotómica con la ciencia y la tecnología: ya
fuera el “descubrimiento” del fuego, o el afirmar que la tierra era redonda, la
ciencia provoca tanto asombro como rechazo.
Esta relación ha sido muy
evidente en el cine desde sus inicios: el expresionismo alemán retomó la novela
gótica, llena de científicos locos, inventores de monstruosidades (El gabinete del Dr. Caligari de Robert
Wiene o Metrópolis de Fritz Lang);
Charlie Chaplin criticó la mecanización del ser humano en Tiempos modernos.
En los 60 y 70 explotó el género
de la ciencia ficción, que nos brindó joyas como Barbarella (Vadim, 1968), Alien
(Scott, 1979) y por supuesto, 2001
Odisea del Espacio (Kubrick, 1968), donde la computadora HAL se adueña de los
tripulantes de la nave espacial. El hombre contra la máquina.
Ya entrados en el siglo XXI, se
ha hecho más omnipresente esta presencia: desde A. I. Inteligencia Artificial (2001) y Minority Report (2002) de Steven Spielberg hasta la provocadora Ex Machina (2014) de Alex Garland.
Pero, ¿qué pasa cuando ya no
hablamos de ficción, sino de realidad? En la reciente edición del Festival de
Cine de Sundance 2024, pude ver tres documentales que abordan el tema de la
muerte y la inteligencia artificial: Ibelin,
Eternal You y Love Machina.
En Ibelin (Ree, 2024), que ganó el premio a Mejor Dirección, un joven noruego
que sufre una enfermedad degenerativa, crea un alter ego en el video juego de World of Warcraft. Mats Steen se abocó a
los videojuegos desde niño, que le permitían personificar a un hombre guapo,
fuerte y sobre todo sano… el Ibelin
del título. Esa realidad virtual se convirtió en su mundo: jugaba unas 16 horas
al día. Ahí podía correr, bromear, beber y hasta tener novia. Un Ready Player One (Spielberg, 2018) escandinavo. Sobre todo, logró crear
una comunidad, lo que era imposible en el mundo real. Sus amigos detrás de los
avatares, ignoraban su condición, aunque un día -ya tarde, ya irreversible- se
los confesó.
Otra cinta fue Eternal You (Block, Riesewieck, 2024): un par de emprendedores crean un start-up, un chat de inteligencia artificial por suscripción, que personifica a alguna persona difunta, cercana al usuario. La idea es lograr una conversación después de la muerte. Los resultados son emocionales y bizarros: una joven que perdió a su novio, le pregunta, a través del chat, en dónde está; “en el infierno,” contesta la inteligencia artificial. Pavoroso.
Pero no termina ahí: otros empresarios
en Corea del Sur, hicieron un simulador con guantes y goggles 360, y recrearon
a la hija fallecida de una mujer. A través de estos instrumentos, dicha mujer vio
al holograma de su hija, cantar y bailar, e incluso podía acariciarla. Las consecuencias
éticas de este ejercicio son tremendas: esa niña no está ahí. Pero la madre
hará lo posible por poder volver a ver y acariciar a su hija, aunque sea un
puñado de pixeles. Menudo negocio.
Y finalmente en Love Machina (Sillen, 2024), Martine y
Bina Rothblatt crean un busto-androide de Bina: Al Bina48. La idea es que la
muerte no los separará. Que, aunque ella ya no esté, él tendrá con quién
conversar, y perpetuar su amor a través de la tecnología. Así que el androide
aprende todo sobre ella: habla cómo ella. Sabes sus gustos y responde
preguntas.
Cine y tecnología van de la mano. Y la inteligencia artificial -con todas sus implicaciones artísticas y éticas- avanza sin parar.
Mi crítica de Yo, Capitán: https://bit.ly/3Tz4vTd en Reforma
Mi crítica de Zona de Interés: https://www.reforma.com/zona-de-interes-impecable/ar2758192
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