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Reflexiones para una antropología de la comunicación digital responsable



 

Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Universidad Anáhuac México

Centro de Investigación para la Comunicación Aplicada

jhidalgo@anahuac.mx

 

Resumen

Comunicar es dotar de sentido al mundo. La comunicación responsable implica, por tanto, una mediación comprometida entre todos los actores a través de cualquier plataforma de interacción y mediación. Ésta permite una mejor convivencia, la construcción de una sociedad más justa y plena de sentido. La comunicación responsable parte de la otredad más que desde la mismeidad. La convergencia tecnológica modificó las prácticas dialógicas y de comprensión del mundo, tanto en los entornos análogos como digitales. ¿Cómo entender dichas transformaciones desde el campo de la comunicación responsable? ¿Cómo definir la comunicación digital responsable y sus dimensiones? ¿Cuáles son los ejes de acción a considerar tomando como referencia una visión antropológica del contexto digital? El presente texto ofrece reflexiones de orden ontológico y epistemológico del subcampo de la comunicación digital responsable a la luz de la reflexión desde la antropología filosófica y la ética para explorar sus campos de acción desde la matriz materialidad en el hiperespacio, corporeidad de los hiperobjetos e hipersujetos, presencialidad del yo en los entornos digitales e hiperconexión y algunas implicaciones en el orden de las configuraciones mentales que genera. El lector encontrará en el presente capítulo algunos postulados teóricos para comprender este subcampo emergente en los estudios de comunicación. 

 

Palabras clave: Comunicación responsable, Comunicación digital, Cultura digital, Internet, Sociedad de la Información.


Descarga el libro completo: 

https://www.researchgate.net/publication/370363870_Comunicacion_responsable_aproximacion_teorica-practica_hacia_la_construccion_del_campo


 

Introducción: La comunicación como la unión semántica con los otros

“Las palabras primordiales no significan cosas, sino que indican relaciones” (Buber, 2017, pág. 15).

 

La comunicación es la esencia del hombre inscrita en su propia ontología, en su modo de conocer y en su forma de ser y estar en el mundo. La comunicación es un modo de descubrir, comprender, nombrar, producir, sostener y transformar la realidad. Comunicar es volver el mundo significado; es moldear al hombre, distinguirlo de lo otro y los otros, unirlo a los suyos y definir su lugar en el mundo. Comunicar es ser en relación, en vinculación. Es tener la capacidad para describir, actuar y explicar el mundo.

La palabra es una insinuación del mundo, juega con la imaginación, con el otro. La otredad cierra y completa el mundo nombrado. De ahí el dolor y la alegría que se vierte en la palabra: en conectar, vincular, puentear el mundo desde la interacción dialógica con el otro. El hombre tiene subscrita en su naturaleza la otredad. Nacimos y somos en sociedad y fuimos dotados como especie con un lenguaje para ser en relación. Por tanto, nuestra condición de ser es la capacidad de reflexionar, nombrar y actuar libremente en el mundo.

Comunicar es decodificar, es establecer puentes de significación y sentido entre nodos, neuronas y sujetos; es poder explicar el mundo, el sentido de los objetos, nuestra vinculación con el otro y ocupar nuestro lugar en toda esa relación en modo presente, pasado y futuro. Nacimos con y para los otros, como bien señalaba Séneca (2021), nuestro dinamismo está en relación. El lenguaje es nuestra puerta de entrada al otro, es nuestra ventana para la seducción. Si el otro es un yo que se piensa y me piensa, el espíritu de ese pensamiento es la comunicación misma, es el lenguaje lo que da certeza inmediata de mí en esa racionalidad que se expresa. Es la palabra la que me da cuerpo, rostro, gesto.

El lenguaje, como un sistema de acuerdos y comportamientos simbolizados y mediatizados es el reflejo mismo de la existencia propia que es visibilizada en el otro en el acto comunicante. Comunicar, no sólo es la posibilidad de decir; es la posibilidad de nombrar el mundo, de dotarlo de sentido; de plantear un código de seducción y atracción del otro; es la posibilidad de sentido; es una ventana de exhibición del mundo; es una declaración de status y diferenciación; es como plantea Roger Silverstone (1994), “la posibilidad de libertad; mapa de negociación de la vida cotidiana” (p. 184).

Comunicar es dotar de contexto la vida, es darle significado a las acciones, es construir relatos, narrarlos y con ellos construir cultura. Comunicar es preservar la vida, es garantizar la trascendencia del hombre. Por tanto, la comunicación es la vida misma, no sólo un proceso, un mensaje, un contenido o una institución. Comunicar es encontrar el camino, es la posibilidad de regresar a la morada, es regresar a la esencia, es reencontrarse con el ser. Ser y estar en el mundo es la condición del comunicar.

Somos cuerpos pensantes y parlantes, conciencias morales que se unen entre sí, sistémica y semánticamente, a partir del proceso dialógico. El espacio que nos separa, es el terreno de operación del lenguaje que nos manifiesta, nos hace corpóreos en la mente del otro. La comunicación es una apelación a los sentidos, al entendimiento, a la inteligencia. Somos eso que se expresa, pero también como afirma Husserl  (1999), la ausencia significativa para el otro. La comunicación intenta hacer pleno al objeto y sujeto vacío de intenciones; hace concreta la experiencia, unifica los significados aislados y distingue al yo de los otros “yoes”.

Somos pensamientos dialógicos que se relacionan y comprometen con la realidad y con los otros. La comunicación nos hace tangibles, convierte al fantasma en sujeto corpóreo; la comunicación nos descubre y hace posible el encuentro y como nos recuerda López Quintás citando a Friedrich Heinrich Jacobi: “Abro los ojos, o los oídos, o extiendo mi mano, y en el mismo instante siento de modo invisible ¡tú y yo, yo y tú!” (1968, pág. 168)

“Todo ser y toda realidad está en la palabra” (pág. 124) afirmaba el filósofo austriaco Ferdinand Ebner (1995), la comunicación nos saca de la soledad, rompe con el individualismo, permite la empatía, logra proyectar la intimidad y lo más profundo y trascendente del otro. La comunicación rompe con el misterio, con el silencio existencial, puntea las existencias. La comunicación responsable apela a ese sentido antropológico, a la comprensión ética del lenguaje y sus formas expresivas para que todo significante que emitan sujetos e instituciones, vaya respaldado por una conciencia ética que permita dotar de significado pleno y digno todas las interacciones humanas.

“Al principio es la relación” afirmaba Martin Buber (2017, pág. 77); y en el continuum sigue siendo la relación, la articulación dialógica limpia, transparente, certera, que logre que las personas lleguen a lo esencial; que les permita referenciar de sentido su entorno, las relaciones laborales, las relaciones institucionales, económicas, políticas y sociales.

La comunicación responsable es la mediación comprometida. Es la que ayuda a describir en toda interacción quién está ahí; es la que se pregunta por la persona, es la que permite una mejor convivencia, es la que construye una sociedad más justa, plena de sentido. La comunicación responsable busca hacer de la alteridad una unidad con el yo. Pretende la empatía discursiva entre sujetos e instituciones. En un mundo, donde el otro es el gran ausente y el yo se deconstruye por la crisis de las identidades, se hace necesario recurrir a una comunicación responsable en todas las dimensiones de la vida. La economía, la cultura, la política, la sociedad, el mundo de los medios, las industrias creativas y del entretenimiento necesitan romper con el discurso opaco, la narrativa falsa, le comunicación que deforma. Requerimos una comunicación que revele el rostro de la humana y permita atender las graves problemáticas que afectan la condición humana. En este mundo de extranjeros, indigentes existenciales, sujetos residuales, vidas desperdiciadas, rostros sin destino, de despojados de futuro, proletarios del consumo, ignorantes de las relaciones, desposeídos de la otredad, urge una comunicación que nos ayude a reconocer exageradamente al otro; dar al otro, que sea recta en sí misma para restaurar la comunidad.

 

De la ausencia significativa a la comunicación responsable en la era digital

El mundo es un lugar de encuentro; es un texto abierto pleno de significados; es una interfaz para captar el sentido ulterior de la propia vida. La cultura es vista como el mundo vuelto significante; se crea en sociedad y se mantiene mediante la interacción de los hablantes. Comunicar da forma a la manera en que se piensa, se siente y actúa. Tal como lo afirma James W. Carey (2008): “La comunicación es un proceso simbólico por el que la realidad se produce, sostiene, enmienda y transforma” (pág. 10). Y es que la comunicación es la base de nuestra cultura.

La comunicación como forma básica de la cultura, ha dotado de significado la experiencia humana; organiza y confiere sentido a la vida de las personas. Es la piedra angular de nuestra civilización; es el medio a través del cual fluyen todos los hechos de la vida. La comunicación es la historia misma de la cultura y la especie humana. La cultura popular entendida como cultura visual y mediática es la que da sentido a la identidad de las nuevas generaciones como lo señala Roxana Morduchowicz (2008). La tensión comunicativa en el mundo contemporáneo es la tensión de las economías y la geopolítica. El universo referencial es el universo mediado. Esto es lo que ocurre en el terreno digital como lo señala el Sujeto Informante Digital, SID151:

Los hipermedios han mejorado mi relación con los demás, pues ya no dependes de los medios tradicionales como el teléfono o incluso de hacer una llamada por el celular para comunicarte. Ahora sólo basta con un click para establecer contacto con alguien y la barrera de gastar dinero para comunicarte también se ha diluido dado que un inbox o un Whatsapp es gratis. Y la comunicación activa y efectiva es la que mejora la relación con los demás. Por otra parte, que sea una comunicación de cierta manera a distancia puede ayudar a que las personas expresen ideas o sentimientos que quizás por una diversidad de factores emocionales, sociales o personales la gente no entabla en una conversación face to face. Otro factor a analizar es la relación contigo mismo pues de no saber manejar estos nuevos medios estás disponible 24/7 lo que podría afectar tu privacidad y tu derecho a desconectarte a no estar presente en ciertas conversaciones digitales. Otra cuestión interesante a analizar es la transformación que la aparición de estos nuevos medios le han provocado a los medios tradicionales como por ejemplo el celular en sí es un teléfono (medio tradicional) al cual debido a los nuevos medios digitales lo usamos para todo menos para hacer una llamada (Sujeto Informante Digital, SID151, México, DF, México)[1]

La comunicación orientada hacia el futuro se ubica en los terrenos de nuevos modelos de negocio, nuevos soportes, nuevas interfaces, nuevos referentes culturales, nuevos dominios, nuevos conglomerados. Los usos y consumo de la comunicación a lo largo de la historia están sujetos a momentos y tendencias económicas, sociales y políticas. La expansión de los medios y las tecnologías es resultado de cambios radicales en las formas de apropiación derivando de ello prácticas comunicativas y alteraciones en el orden antropológico.

 Comunicar no es sólo circular información ni cronicar tecnicidades. Comunicar es repensar subjetividades e intersubjetividades. La antropología de la comunicación podría orientar la ontología de la ecología mediática al ser la historia del hombre la evolución de sus interacciones, mediaciones, demarcaciones. Entre la oralidad, la escritura, el sonido, la imagen, la digitalización la identidad del hombre se ha forjado. La comunicación es el “terreno sensorial común” (Martín-Barbero, 2008, pág. 43) en que los hombres se saben hombres; con lo que los hombres se hacen o dejan de ser hombres.

Cada medio, llámese piel, sentidos, extremidades, herramientas y objetos, le sirvieron al hombre como interfaz expansiva para comunicarse con el mundo y con los otros. Esta necesidad de establecer un puente con la realidad y el salirse de sí, nos llevó a codificar la realidad; dotarla de significado y de sentido. Los nuevos medios apelan a la personalización de contenidos, a la movilidad, a la portabilidad. El cibernauta se vuelve, como apunta Antonio Lucas Marín (2000), miembro funcional de una comunidad y por tanto, adquiere esa cultura, que ahora le será propia. Comunicar es dejar rastro de sí, estableciendo mayor relación sujeto-máquina-sujeto.

Las redes sociodigitales: Facebook, Twitter, Instragram, Linkedin, Tik tok se han convertido en el corazón de las nuevas prácticas comunicativas y de socialización de contenidos. El contenido ha dejado de ser el rey, lo que importa es compartir; comunicar es socializar; es seguir y ser seguido. Hoy la existencia se da en un nuevo continente digital que está en vías de ser colonizado por datos, algoritmos, bots. La apropiación no está en la tecnología, está en la localización de la propia tribu. En encontrar sentidos compartidos. La pobreza comunicativa pareciera no ser tan relevante como la pobreza social cuando estamos inmersos en un mundo plagado de info-pobreza e info-riqueza.

La relevancia comunicativa está en los nuevos usos, no tanto en los consumos y sus racionales. Así como lo planteó Castells (1997), la información es la nueva forma de organización social; el nuevo poder está en la generación, procesamiento y transmisión de la información; pero sobretodo en la socialización responsable de la misma. La comunicación se reubica en el sentido comunitario de las bases antropogenéticas de la comunicación: hablar para encontrarse con el otro. Comunicar es comunión. La comunicación como ruptura social radica más allá de los usuarios y sus alcances, pues como bien acota Wolton (2008):

todo cambio técnico o estructuración de un nuevo mercado, no es una ruptura en una economía generalizada de la comunicación, puesto que una economía de la comunicación a escala individual o social es diferente a una tecnología. Si una tecnología de comunicación juega un papel esencial, es porque simboliza, o cataliza, una ruptura radical que existe simultáneamente en la cultura de esa sociedad (pág. 38)

La verdadera revolución de la comunicación es la revolución de las relaciones humanas y sociales. Es la revolución de los modelos culturales que transporta; es el cambio en el proyecto que propone; el modo como reorganiza y replantea los roles y no tanto los públicos a los que llega y los hechos y noticias que comparte. La revolución de la comunicación está en las necesidades expresivas de los hombres; en la explosión existencial que detona; en los intereses que conjuga; en las riquezas emocionales que refiere. La revolución de la comunicación opera desde las preguntas que detona y las respuestas que intenta ofrecer. La comunicación desde que salió del hombre apeló a modificar el entorno social y así lo logró.

La comunicación en su evolución, expansión, mundialización, uso, consumo y apropiación ha pasado por diversos estadios que la hacen ver como principio unificador, integracionista, revolucionario, diversificador, autoexpresivo… La sociedad actual está mediatizada. La comunicación y los medios se han universalizado. Comprender sus usos y apropiaciones es la vía para comprender las significaciones sociales. Entender la comunicación es entender al hombre, su evolución y su lugar en el mundo. Comunicar digital y responsablemente es dejar rastro de sí, estableciendo mayor relación sujeto-máquina-sujeto. Con los hipermedios hoy se establecen nuevas formas de organización, comunicación, experimentación y juego. La comunicación digital y responsablemente debería permitir soñar y satisfacer por sí mismos dudas, inquietudes y cuestionamientos sobre la vida y la existencia. Los hipermedios, se han convertido en un espacio de mediación, puente, transmisión y configuración de sentido, en el que las personas hoy reproducen y reconstruyen la vida social:

Las personas que expresan sus emociones, gustos y sentimientos en la red buscan: a) Aprobación, b) Elevación de su autoestima, c) Sensación de identificación con personas de perfiles similares, d) Diversión, no sé si en ese orden, pero creo que eso es lo que buscan (Sujeto Informante Digital, SID120, Colima, Colima, México)

Si algo se ha criticado de la comunicación digital es el carácter hiperindividualista de los sujetos que ahí cohabitan, así como parte de la condición utilitarista que se permea en sus mensajes. Por ello, en este capítulo se intentan ofrecer algunas directrices teóricas para comprender el campo de la Comunicación Digital Responsable desde una perspectiva antropológica y ética para recuperar la centralidad de la persona en la acción comunicativa.

 

La dimensión antropológica de la Comunicación Responsable Digital

La Comunicación Responsable Digital se entiende en este texto como una gestión responsable (Hernández Flores, 2019), ética, transparente, honesta, veraz, interactiva (Hernández Flores, 2018), consistente, coherente, empática (Navarro Sequeira, Rivera-Salas, & Hernández Flores, 2021) y comprometida del diálogo entre personas, instituciones, gobiernos y comunidades (De Andrés del Campo & González Martín, 2012) en entornos sociodigitales y a través de herramientas tecnológicas para dotar de sentido la condición humana.

          Esta dimensión comunicativa es comprendida así, como un subcampo de estudio de la Comunicación Responsable y la dimensión dialógica para incidir en la área pública, privada e íntima. En particular, en este capítulo se pretende reflexionar sobre algunas implicaciones éticas y antropológicas derivadas de la hipermediatización de la vida y la cultura. Entendida esta última como la incorporación intensa de medios y plataformas de mediatización para la interacción social y la realización de actividades básicas de la existencia transformando -estructural, procesual y mentalmente- la dimensión social, política, cultura, económica y religiosa de las distintas sociedades (Hidalgo Toledo J. A., 2018).

La comunicación en la era digital hoy coexiste con movimientos globalizadores, en un entorno de mayor transculturación, mestizajes, sincretismos, ciclos de hibridación cultural, multietnicidad, hibridación de género y plataforma mediáticas, convergencia tecnológica y engranaje de medios. Derivado de todo ello nos encontramos en un modelo de economía de la expresión, en el que la oferta y la demanda mediática ha potenciado un capitalismo en el que el capital simbólico, mediático, social y digital se apropia de todos los tiempos muertos y, por ende, de las formas narrativas y discursivas. Esto, ha detonado un hiperconsumo tecnológico; mediado desde los hipermedios. Así lo refiere el Sujeto Informante Digital, SID128:

La comunicación móvil cambió mi vida en la tranquilidad que tienes al saber que puedes comunicarte con quien sea cuando quieras, aunque la contraparte es la dependencia tanto a las personas como a la información, siempre quieres estar informado de todos y de todo (Sujeto Informante Digital, SID128, México, DF, México)

En las últimas décadas, el horizonte mediático se amplificó, articuló y se volvió eminentemente táctico, interactivo y dialógico. El consumidor/usuario juega, por tanto, un rol fundamental en dicha articulación social. Los pilares sobre los que se fundamenta esta nueva relación es: la comunicación, la colaboración, la educación, el entretenimiento y el compromiso de los usuarios más con la tecnología que con las personas mismas (Safko & Brake, 2009). De ahí la importancia de atender este proceso de articulación social desde una dimensión antropológica y ética para no perder de vista la centralidad de la persona en la comunicación digital.

La vida digital alumbró el nacimiento de una nueva civilización; derivado de ella, el mundo cambió y reinventó el presente y futuro de las personas. “La revolución (digital) ha ido anidando en la normalidad -en los gestos simples, en la vida cotidiana, en nuestra gestión de deseos y de miedos-” como afirma Baricco (2019, págs. 17-18), estamos ante una humanidad aumentada. Nos estamos metabolizando, estamos ante un cambio de lo que entendíamos por presente, por experiencia, por materialidad, cuerpo, individuo y libertad. Estamos ante un nuevo relato del yo, pasamos del átomo al bit; a traducirnos en dato numérico, cuantificable… nuestra unidad en el mundo ahora se descompone en imágenes, sonidos, cantidades fragmentadas y secuenciadas en un orden binario, matricial. El tejido social se establece ahora por intercambio de signos y datos mediados por dispositivos hiperconectados entre sí. Nos hemos reducido a lenguaje intercambiable por protocolos de comunicación codificables y decodificables entre sistemas y ordenadores (Hidalgo Toledo J. , 2012).

En ese mundo que circula entre lo líquido y lo gaseoso hay que repensar algunas condiciones dadas por el mundo análogo como lo son: materialidad en el hiperespacio, corporeidad de los hiperobjetos e hipersujetos, presencialidad del yo en los entornos digitales e hiperconexión y las implicaciones que tienen en el orden digital como lo son: hipersocialización, economía del panóptico, nueva geografía de contenidos, economía del lenguaje, infantilización de occidente, huella digital, superficilidad, rompimiento de la esfera pública/privada, hipersexualización, saturación, aburrimiento y estrés digital. A continuación, se exponen los nuevos contextos que han reconfigurado la arena comunicativa y que inciden directamente en el campo de acción de la comunicación digital responsable:

·       Hiperespacio: primer rompimiento del espacio digital con la noción tridimensional (Kaku, 2016), entendido este espacio como un universo paralelo en el que todo fluye fuera de la noción de materialidad que conocemos, desplazándose a velocidad de la luz superando las nociones de tiempo, presencialidad y geolocalidad. Todo ocurre en un no lugar, más como un repositorio de acciones simbólicas que se dan cuando son codificadas o decodificadas por actores humano y no humanos. Este espacio informacional multidimensional está constituido por hipervínculos, hiperobjetos (Fragoso, 2001) e hipersujetos. Tiempo y lugar dotan al hombre de arraigo y trascendencia. Desvincular de ellas al hombre lo hacen pensarse en condición de omnipresencia en un eterno aquí y ahora.  

·       Hiperobjetos: Hoy convivimos con objetos y sujetos no materiales; con entidades reales o imaginadas producidas o no por seres humanos, softwares, hardwares, wetwares, machine learning y algoritmos, ubicados en espacios “no-locales”, en temporalidades distintas y que operan en entornos virtuales o simbólicos-sociales. Desde la sociedad de la información producimos objetos y realidades que se desvanecen en el aire y que no están dotadas de materia en bruto. Ocupan una fase espacial de alta dimensionalidad que vuelve visibles o invisibles a los humanos durante ciertos períodos de tiempo  (Morton, 2018). La vida digital nos replantea la noción de materialidad en un mundo donde todo se construye en el ámbito de lo simbólico y la falta de sustancia corpórea.

·       Corporalidad: El sujeto y el mundo son unidades corpóreas, existencias incorporadas. Realidades que se hacen presentes en el presente. La red evidenció que no sólo somos un cuerpo significante; que hay algo más allá de la fachada y reiteraron la fuerza del lenguaje como extensión corpórea (presencia sostenida en la experiencia simbólica) y modo de existir. Estar en el mundo sin estar en el mundo; presencia permanente en todos los elementos metalingüísticos empleados para dar cuenta de uno. Cuando en la red no se cuenta con un cuerpo, el lenguaje termina por expandir al sujeto ante la falta de límites, pero haciendo aún más inexacta nuestra presencia. La corporeidad ayudaba ajustar lo que queríamos comunicar con lo que en realidad comunicamos. Hoy hay que guardar un equilibrio mayor para no caer en un logocentrismo. Pasamos del culto al cuerpo al culto del posteo, del metalenguaje. Si el cuerpo era un lugar privilegiado para entender la vinculación del sujeto con la realidad, hoy hay que estudiar al hombre como signo encarnado en peligro de que pierda su significado. La virtualidad desestructuró el cuerpo del sujeto para generar comunicación (Sánchez Martínez, 2010).

·       Presencialidad: El cuerpo no es una simulación, ni sólo representación; es la presencia de alguien. Gabriel Marcel sostenía que la presencia no es un simple estar ahí, es una experiencia en la que se concreta el existir. Por tanto, no es lo mismo estar solo en el mundo que sabernos entre personas, en un grupo. Estar entre personas implica una responsabilidad del intercambio. La presencia se concreta en la comunicación personal. En un espacio sin rostro, sin mirada, sin expresiones, se hace compleja la manifestación de sentimientos, pasiones, temperamentos, carácter… Estar en el hiperespacio, entre hiperobjetos e hipersujetos diluye la presencia viva que permitiría el cuerpo o el rostro. El yo no es sólo discurso, habla, concepto. La afirmación de la existencia se hace desde la deducción y seducción que permiten los metalenguajes, el icono, el emoji. El signo es el mensaje. El misterio y significado de la existencia sólo tiene posibilidad de encarnación en la instrumentalidad que permite la herramienta o la interfaz haciendo que el cerebro interprete dicho entorno como si fuera real (Pérez Herranz , 2009).

·       Hiperconexión: Como bien señalan Nicholas Christakis y James Fowler, nuestras conexiones afectan casi todos los aspectos de nuestra vida: los acontecimientos a los que nos exponemos; las personas a las que conocemos; las emociones que expresamos y difundimos; las elecciones, acciones, pensamientos y sentimientos que experimentamos. Y es que las conexiones impulsan reacciones en cadena. (Christakis & Fowler, 2010). En el mundo digital, todo fluye a través de vínculos y nodos. Todo circula y en algún momento se liga, se conecta, se contagia. La vida se ha vuelto un entramado de hipervínculos.  En un mundo hiperconectado por plataformas digitales la pregunta es quién produce, distribuye, almacena y comercializa dichas acciones, expresiones y formas de ser y estar. ¿La manera en que se colectan, diversifican, ramifican, consumen, reciben y procesan, pasan por un filtro responsable, transparente y ético? Hoy, las personas mantienen demasiadas interacciones con diversos y complejos niveles e intensidad. La red nos da forma y nosotros le damos forma a la red. Todas las conexiones nos influyen. En ese nuevo horizonte social urge regular para ejercer una conexión responsable y más humana.

 

Somos seres que se construyen y significan en la palabra. Más allá del ente que se rasura, el animal que convive, la horda que maquila, la creativa que se transporta, somos seres significantes, expresiones ontológicas, acciones dialógicas, multitudes que se expresan. Somos palabra, imagen y sonidos. Seres que se construyen de expresiones simbólicas.  Nuestra vida se moldea por completo en el significado. Somos cuerpos en busca de sentido: signos encarnados. Somos el medio y el mensaje. El soporte y el contenido. Somos la evidencia de que todo lo que toca el lenguaje cobra vida. Somos un yo articulado, narrado, estructura sintáctica que busca diferenciarse en el mundo; combinación de morfemas y unidades semánticas ocultas entre trozos de carne, músculos y articulaciones.

Nuestro mundo, no es de este mundo. Es el de las palabras, las imágenes y el sonido. Nuestra especie se debate entre los mundos internos y los externos. Entre lo corpóreo y lo simbólico, vivimos suspendidos en lo intermedio, en un hiperespacio en el que los objetos son sólo una pequeña parte de lo que en verdad vemos, sentimos y queremos. Nuestra contradicción es la de los hablantes, la de la identificación, la diferencia, la incomprensión y la falta de sentido.

Somos las palabras que se regocijan con su propio significado. Las que se engolosinan con su estructura, su forma y naturaleza. Somos el signo que se fascina con su propio significado. Somos voces, iconos y melodías. Señales a mitad del desierto; ruido en el vacío, grafittis en la oscuridad. Somos el punto de llegada y el final del lenguaje mismo. Somos la especie significante que estableció una simbiosis con la materia. Somos la interfaz que conduce la existencia de la lengua. La misma que es vida y virus a la vez. Compartir y socializar (en la era de la información) se ha convertido en la forma más viral de expansión de la información, pero, ¿también del conocimiento? El virus algunos casos incuba, en otros, mata. En el contagio de la información ocurre lo mismo, hay sujetos activos, pasivos y retrovirales. A algunos, los informadores los usan como receptores, a otros como nodos conectores para contagiar a otros y a un grupo mayoritario como punto de contagio. La información, como el lenguaje, es un virus.

         

La nueva configuración del espacio mental

Los medios se han convertido en interfaces fundamentales en la vida de las personas por su alcance global, universalidad en el acceso, accesibles las 24 horas del día, los 365 días del año, ofreciendo información permanentemente actualizada y su carácter de interacción bidireccional (Gómez Vieites, 2003). Los medios masificaron la autoexpresión y la cultura.      

          Stig Hjarvard (2013), considera que la cultura y la sociedad están totalmente permeadas por los medios y que por tanto, no podemos seguir considerando a los medios como instancias aparte de las instituciones culturales. Los medios han adquirido tal nivel de omnipresencia e influencia que las instituciones culturales y sociales han modificado su carácter, funciones y estructuras en respuesta a este poder. Por tanto, la teoría de la mediatización se enfoca a comprender el paso de la comunicación mediada a las grandes transformaciones estructurales derivadas de la incidencia de los medios en la cultura y la sociedad contemporánea, así como los cambios en la secuencia comunicacional (emisor, mensaje y receptor) y su relación con otras esferas situadas en el tiempo y el espacio. Bajo esta perspectiva, más que comprender el impacto de los medios en un tiempo y espacio específico, se preocupan por captar las redefiniciones en las interacciones sociales que se generan a largo plazo producto de la autoridad de los medios.

Así tenemos a los medios entendidos en su permanente interacción con la cultura y la sociedad. Ahora bien, en el momento en que entendemos que la presencia de los medios se ha convertido en una condición estructural sobre la cual se soportan todas las prácticas culturales, económicas, políticas y sociales (Livingstone, 2009) en un contexto digital en el que prácticamente todos los aspectos de la vida se han mediatizado (Deuze M. , 2012) y su presencia se ha integrado con las instituciones y se han diseminado en tres dimensiones de la vida: la física, la virtual y la mental, constituyéndose en la principal fábrica de interacciones simbólicas, culturales, económicas, sociales, políticas y espirituales, convirtiéndose en el territorio donde se construyen y se proyectan las principales prácticas performativas identitarias, nos encontramos ante el paso de las mediatizaciones hacia las hipermediatizaciones.

La hipermediatización contempla los grandes cambios estructurales y en las relaciones, cogniciones e interacciones humanas, derivados de la interacción medios, hipermedios, cultura, sociedad, instituciones e individuo en las dimensiones físicas, virtuales y mentales a lo largo del tiempo. Por tanto, este capítulo quiere dar cuenta de los cambios estructurales derivados de la mediatización digital de la vida en las personas y su influencia en los terrenos físicos, virtuales y mentales, es decir, en el ciberespacio de tal forma que se pueda ubicar el lugar del sujeto en ese mundo hipermedial, así como entender las vías que ahora tiene para establecer vínculos y relaciones con los otros y así dotar de sentido el mundo. Particularmente enunciamos algunos de los cambios estructurales en la estructura mental derivados de dicha hipermediatización:

1.    Hipersocialización: Los medios hoy son el punto de contacto, el lugar de inmersión donde las personas e instituciones se reconocen y exploran la existencia. Compartir en la nueva dinámica social se ha vuelto una contemplación voyeurista del otro y lo otro. Las personas van dejando rastro de sí dando un retuit o un “me gusta”. Ese dejar una marca digital simboliza: 1) pienso en ti; 2) aquí estuve; 3) sé lo que hiciste; 4) me interesa lo que estás haciendo, pensando o diciendo. Las personas, hoy, han reconfigurado su actuar social en esta lógica de participación social como un socializarlo todo, convirtiendo todo acto dialógico en una práctica de consumo. La comunicación digital se ha convertido en un life streaming; una transmisión permanente de la vida como si esta fuese un reality show (Deuze M. , 2006). Compartir es establecer puentes de comunicación y generación de experiencias; es una forma de fortalecer vínculos y expandir brazos de vigilancia y control entre los miembros de una comunidad virtual

2.    Economía del panóptico: Al narrarse las personas y las instituciones en los medios, en la esfera pública digital, todo se vuelve observable, los coloca en una vitrina en la que la vida entera se expone a los demás; todo se vuelve en información viviente circulante en el ciberespacio. En la red, toda la data personal se mediatiza y se hace visible en un click, Los medios e instituciones se han vuelto cazadoras de dicha información: registran, almacenan, procesan, discriminan, segmentan e intercambian datos con otros dispositivos, sistemas e interfaces. Desde ahí registran nuestros gustos, preferencias, decisiones, recuerdos y emociones. La incorporación de ellos en nuestro día a día y la intensidad de nuestra inmersión es lo que está creando de cada experiencia narrativa y comportamientos en línea, estilos de vida, sistemas culturales automatizados, naturalezas sígnicas colaborativas, ecosistemas perceptivos que aprenden de cada uno de nuestros movimientos, pensamientos e imágenes. El modelo económico de gran parte de las redes sociodigitales se alimenta de esas visualidades, los patrones de navegación y la minería de información que de ahí se desprende (Zuboff, 2020).  

3.    Nueva geografía de contenidos: La geografía de la producción de contenidos ha cambiado. La aparición del Productor-Consumidor (prosumer) y la democratización de las herramientas de producción ha modificado los espacios de producción mediática y de sentido. El nuevo escenario de participación está desterritorializado (Verniers & Bevort, 2008). Hoy la geografía ha cambiado, cualquier cochera, habitación de adolescente, café, puede convertirse el espacio de creación y transmisión de contenido logrando más presencia y visibilidad que los espacios tradicionales. La geografía de contenidos es la de la identidad que se articula con los mapas de subjetividad y significación. Cada persona intenta ser coherente con la fuerza narrativa de su identidad. La singularidad vendrá de la interacción con la otredad y la vinculación en comunidad. Así se expanden las diversas prácticas comunicativas hasta llegar a los límites de la geografía conocida. La comunicación como clave expansiva y consolidación de las prácticas culturales. Ahora, el espacio macro social dialoga con el micro. Macro y micro discurso generan mapas y geografías que ya no pueden medirse por indicadores como longitud, latitud y altitud; ni se circunscriben a distancias o territorios.  El lugar ya no tiene territorio, ni tiempo ni fronteras. Instantaneidad, simultaneidad, conexiones transmundo, relaciones transfronterizas, flujos espaciales, sociedad red (Castells, 2001), desregulación, reterritorialización. La condición supraterritorial alteró todo, incluso nuestra forma de presentarnos en el mundo (Harvey, 2008). La globalización activa fusiona los contenidos de masa, los de nichos, los indiferenciados, los de corte imperialista, los regionales. La geografía de los contenidos en el siglo XXI, es el meta-relato de la hipermodernidad. Las fronteras se diluyeron, el espacio se deslocalizó, la movilidad desigual se percibe en la migración física y digital. Hoy, somos nómadas en hiperconexión; beduinos recorriendo vecindarios digitales. Estamos ante el fin de la geografía como lo anunció Richard O’Brien (1992).

4.    Economía del lenguaje: Los partícipes de la comunicación digital que hoy todo lo tagean, expresan también su estado psico-emocional a través de formas minimalistas que reducen la existencia a verbalizaciones digitales reduccionistas como imágenes, sonidos, textos, memes e emojis (Aparici & García Marín, 2017). Fragmentar y descontextualizar el orden anímico es reducir la existencia a pequeños suspiros o gritos mediáticos que son socializados, aparentemente, como un acto liberador de lo emocional que termina convirtiéndose, por un lado, en un patrón de navegación, en un registro emocional del ser, pero también en un mercado de emociones que terminan socializándose y comercializándose en el espacio socio-digital. Esta versión reduccionista del mundo genera una apariencia de realidad (Sustaita, 2019) un símil de la existencia misma. Mediar el mundo desde estos elementos metalingüíticos es una construcción suplantadora e incompleta que por un lado atrapa al mundo, pero por el otro también nos hace perder una parte de la realidad. El lenguaje permitió al hombre tener un dominio propio y del mundo, un dominio simbólico, una especie de simulacro. Hoy estamos mediados por signos, por interacciones simbólicas, cada vez más reducidas de ahí que se haga más compleja la interacción social.

5.    Estetización de la vida cotidiana: Las personas están encuadrando la vida desde las interfaces digitales y los dispositivos móviles, incorporando filtros y stickers para validar con ello sus acciones en los territorios digitales y análogos. La mejor imagen de sí o del mundo, sin importar que esta sea falsa o distorsionada, es la que es aceptada por los pares o las instituciones. La imagen como bien lo señalaba Susan Sontag (2006) es un apropiarse de lo fotografiado, es una forma de establecer un vínculo con el mundo, una forma de conocer y comprometerse con él. Con las imágenes suponemos la existencia de algo o de alguien, por relación lo encontramos como semejante o no a nosotros y nuestra concepción del mundo. La postfotografía (Foncuberta, 2017), ha establecido prácticas sociales y culturales afectivas adaptando la realidad a los filtros que existen para encuadrar de una forma u otra el momento, lugar o persona. Se busca con ello generar estímulos para ganar afectos, likes, seguidores. Se modifica la realidad para relacionarse con ella desde lo que obtenga popularidad y por ende se haga viral (Sánchez Martínez & Martínez Noriega, 2019). ¿Qué es lo real?, ¿qué es lo verídico?, ¿cuál es la propiedad real de lo registrado? Comunicar digitalmente en los contextos de la imagen implica llevar a la persona a reconsiderar qué tanto esta forma expresiva logra reflejar realmente el mundo sin distorsionarlo. El discurso digital narrado pareciera estar más cercano a la descripción de un mundo manipulado, reinterpretado, reconfigurado, distorsionado. Estetizar la vida cotidiana, implica en sí misma volverla en un bien de consumo.

6.    Infantilización: Niños y jóvenes ocupan hoy día el bono poblacional en gran parte del mundo. Existe en sí una adoración por “lo joven”. Un culto por las formas de apropiación y vivencia que ellos tienen de la cultura y la cultura popular (Bauerlein, 2008). El paradigma social se está centrando exacerbar los valores asociados a la vida juvenil: impulsividad, ludificación, superficialidad, desprecio a las normas y los valores supremos, desapego a lo que implique madurez o adultez (Twenge, 2006). Estos valores se filtran a la fascinación que empieza a darse por sus parámetros estéticos, modas, experiencias mediáticas y culturales. El mundo está despreciando “lo mayor”, “lo viejo” por caduco y rinde culto a la soberbia juvenil, el hedonismo, el relativismo, el hiperindividualiso (Tapscott, 2009). Mercadológicamente se han encargado de extender la infancia y la adolescencia hasta los 35 años vendiendo narrativas infantiles con contenidos para adultos. La veneración y alabanza por lo juventud ha generado la explotación de la cirugía estética, las experiencias extremas, la intolerancia a la frustración y el mundo disfrutado desde el impulso. Los adultos mismos están dando un giro a su mirada y sus acciones para reproducir ese patrón (Carr, 2010). La satisfacción instantánea es alimentada por la vida en red, por los memes y la industria del entretenimiento. Se pierde con esta mirada la distancia crítica del mundo. La mentalidad infantil se distancia con el asumir la responsabilidad.   

7.    Esfera pública vs Esfera privada e íntima: Todos tenemos un discurso y un actuar social que se refleja en nuestras conversaciones y huella digital. En esos espacios logramos reflejar nuestra visión del mundo, ahí se cristalizan nuestros valores, normas, ideas. Expresarnos en el terreno mediático y digital es la objetivación del modo de concebir y representarse y es en la esfera pública donde se da esta compleja interacción de representaciones (Thompson, 1996). La esfera pública, constituida como una red de relaciones de densidad variable, es “donde el otro se me revela como una extensión de mí mismo, pero diferente, mi consigna se mezcla entre la consigan colectiva… posibilita la tensión entre convicción y resistencia, entre creencia y deseo” (Reguillo Cruz, 2005, p. 73). Los medios de comunicación operan, al igual que la esfera pública, como puentes de significación; los medios se apropian y resemantizan los discursos. El mundo y los otros se acercan gracias a los medios; adquieren significado. Sirven de punto de encuentro, crean nuevas formas de conversación en el que la información y los contenidos simbólicos crean nuevas formas de interacción social (Habermas, 1986). La esfera pública y los medios son el lugar de la co-presencia. Si al más puro análisis gramsciano, la infraestructura condiciona, los medios operan como materiales ideológicos que impactan en modo directo o indirecto en la configuración de la identidad. Sin embargo, la esfera pública se ha ampliado superando la visión de la Grecia clásica en la que sólo se distinguía lo público de lo privado; ahora con los medios digitales logramos introducirnos a la esfera íntima. La evolución histórica en Occidente deja ver esta transición hacia la vida social pública, como una esfera comunicativamente estructurada de lo público (Habermas, 1989) hacia un espacio multidimensional estructurado y significante en el que los individuos se muestran, configuran y validan. En esa esfera pública digital intervienen nuevas estructuras mediáticas, tecnológicas, de negocio, gestando nuevos escenarios de socialización y negociación de la corporeidad, la idealización, simbolización y psicologización de cada persona (Hall, 2003). La esfera pública se transformó configurando un laberinto de sentidos, de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación de la vida misma. Por ello, la importancia de que dicha frontera de significación sea cruzada a través de comportamientos responsables y éticos para lograr una apropiación discursiva del otro estableciendo pactos, treguas y simpatías.

 

Medios e hipermedios se han vuelto omnipresentes y han alcanzado un nivel de independencia tal que se han logrado colocar en modo supranacional. Su poder está fuera del control de gobiernos, empresas, instituciones y personas. El giro mediático de la sociedad del cual hablaba Gudmund Hernes (1978) daba cuenta desde mediados del siglo pasado del impacto que estaban generando los medios en las instituciones y en la relación que establecen con los individuos.

Los cambios se empezaron a ver en la administración pública, la economía, las instituciones, los partidos y campañas políticas, la educación, las expresiones religiosas y la organización social. Los medios modificaron la racionalidad, las categorías, las percepciones, la conciencia, la opinión pública, los patrones cognitivos, los modos en que se presenta la realidad o se seleccionan y distribuyen las experiencias e interacciones sociales. En ese giro se pasó de la forma social a la forma mediática. Los medios adquirieron un rol constitutivo, activo y envolvente capaz de influir, modificar y alterar todas las dimensiones de la vida. Las formas mediatizadas amplificaron la producción, circulación, distribución y comprensión de los significados culturales y sociales. Winfried Schulz (2006) afirma, como pudimos dar cuenta, que el proceso de mediatización en el orden individual e institucional modifica la interacción humana en cuatro dimensiones: 1) Amplifica las habilidades de comunicación humana; 2) los medios sustituyen las actividades sociales que solían realizarse cara a cara; 3) los medios provocan una amalgama de actividades híbridas que combinan acciones cara a cara y otras mediadas por dispositivos tecnológicos;  y 4) los medios obligan a que muchos sectores adapten sus comportamientos a las valoraciones, formatos y rutinas de los medios.

 

Conclusión: La dependencia digital como origen del estrés digital

Las personas dependen hoy de los procesos, lógicas, caracterizaciones y articulaciones que se generan desde los medios. Los medios fungen en ese sentido como ventanas, pantallas de exposición que se engranan entre sí. Se volvieron protocolos asociados entre gobiernos, empresas, sistemas militares y de inteligencia financiera en los que se hace obligado un diálogo transparente de la información para generar una mayor cohesión social y vinculación ética entre todos los públicos como apunta la Comunicación Responsable (De Andrés del Campo & González Martín, 2012).

Los medios terminaron articulando diversas esferas que operaban en contextos, situaciones y mercados totalmente independientes. En esta lógica los medios se convirtieron en la fuente dominante de información y construcción de experiencias; son una fuerte industria que influye en la construcción de agendas, imaginarios, narrativas, virtualizaciones, redes, sistemas de comunicación, prácticas culturales y habitus que son permanentemente  monitoreados. Tal como lo afirma el Sujeto Informante Digital, SID88:

La vida en red es desde hace años como tener un megáfono en casa, un teléfono y televisión con cámara incluida. Es una forma natural de comunicarme y estar en contacto con el mundo. La verdad, es un medio natural de expresión para mí. (Sujeto Informante Digital, SID88, México DF, México)

Las redes que interconectan a medios e hipermedios, también conectan bases de datos, estilos de vida y personas entre sí. El proceso de mediatización nos ha vuelto más interdependientes y vulnerables. El nuevo horizonte es el de un ambiente hipermediatizado, convergente, expansivo, focalizado, global, acelerado e hipercomplejo en el que se permita una participación más activa, honesta, empática, consistente, transparente, veraz y corresponsable de los ciudadanos y las organizaciones para interactuar en un ambiente de equidad y beneficio para ambas partes (Hernández Flores, 2019).

Los medios al mediatizar la cultura y la sociedad terminaron por hacer del mundo un territorio común de significación en el que hoy los individuos están hospedando no sólo su vida, sino también al ser. La hipermodernidad colocó al individuo en perspectiva global; las prácticas sociales se tornaron inmediatas, excesivas, exageradas, desmesuradas, extralimitadas, hiperrealistas, hiperbólicas, transfronterizas. Desmesura, espectacularización, aglomeración y consumo lo abarcan todo. Los medios a su vez lo engranan y agrandan todo; maximizan la esfera del consumo. Existe una tentación sistemática por la vida colectiva aun cuando el individuo vive inmerso en su propia solitud. Los tiempos hipermodernos son los del consumismo experiencial, los que transformaron la memoria en un espectáculo de entretenimiento que puede ser contemplado en tiempo real en la vida mediatizada. Por ello se hace necesario que el ciudadano y las organizaciones sean receptores, productores, difusores y emisores responsables, proactivos, prosociales, respetuosos y veraces para generar mayor compromiso público, participación ciudadana y legitimidad.

Ahora las personas se han encerrado en sí mismas, buscan la satisfacción inmediata, la gratificación permanente. La compulsión de sus acciones es la que renueva todos los simulacros y exorciza lo volátil. La crisis del hombre está en la crisis de los significados; por tanto, la crisis de valores es una crisis antropológica: de sentido. Por ello se hizo necesario repensar el subcampo de la Comunicación digital responsable y el lugar que ocupa la persona en permanente búsqueda y construcción de sentido en el ciberespacio.

La hipermediatización de la vida y la cultura, generó profundos cambios estructurales en el orden dialógico en las dimensiones política, cultural, económica, religiosa e institucional; pero, sobre todo, en las estructuras mentales generando nuevas racionalidades, que, de no ser atendidas, seguirán afectando la condición humana en la nueva cultura digital. La hipermediatización de la vida modificó los procesos sensoriales, perceptivos, cognitivos y memorísticos. La relación con objetos, sujetos, dispositivos, interfaces y contextos se alteró por la posibilidad que existe de que todo se conecte con todo, de que todo intercambie información entre sí, de que todo se comunique con todos. Sin embargo, dicha comunicación, tristemente no siempre se hace en condiciones responsable, ética, transparente, reflexión a la que invita este planteamiento teórico en construcción.

El nuevo contexto comunicacional nos obliga a repensar, por tanto, una comunicación digital más responsable, que permita garantizar la centralidad humana en las dimensiones materiales y no materiales; que ayude a las personas a tejer nuevamente el orden social para reconectar los procesos civilizatorios más allá de una lógica de consumo. Necesitamos un giro ético personalista que nos ayude a imaginar una sociedad más justa, igualitaria y digna.

La comunicación digital responsable puede ser una vía para generar una ecología humana y mediática integral, para reconsiderar la crisis de sentido y establecer una nueva forma de socializar, generar vínculos de confianza, dialogar, negociar y poner en común el sentido pleno de la existencia en la era digital. De esta forma el comunicador responsable digital, podría ser un agente de cambio e incidir en la transformación de la cultura y facilitador del cambio social con una perspectiva centrada en la persona. Cambio que se hace necesario y que seguro tendrá que hacerse desde una dimensión digital, dada la incidencia que tienen los hipermedios en el desarrollo evolutivo actual.

 

Referencias

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[1] A partir de este momento el lector encontrará la referencia SID como acrónimo de Sujeto Informante Digital; es decir, las personas que contribuyeron al estudio cualitativo a través de entrevistas, foros de discusión y sesiones en línea de meta reflexión sobre la condición de vida digital.

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